|
Tomada el 28 de marzo de 2015, día de mi 60 cumpleaños. Pili es la alta, detrás de mi; Trini, la que se ve a la izquierda; le seguimos Isabel, Cecilia, yo y Josefina. Gracias por la cesta de flores. |
Dedico este escrito a mis alumnas y amigas, en especial a Pili y Trinidad.
Pilar me dijo un día al oído, en secreto y medio avergonzada:
“Si un día das clase de alfabetización me
apunto”. Eso fue a comienzos del año
2014. Aquello se me quedó grabado, porque me sorprendió, que en pleno siglo XXI, en España aún hubiera
mujeres que no puedan leer o escribir, o que puedan leer los caracteres sin comprender el mensaje, o
que duden a la hora de elegir qué letra del alfabeto corresponde al sonido que
oyen.
Después de las Navidades de 2015 comenzamos con las clases. Solo
las tenemos los sábados. Dedicamos una hora a la alfabetización y una hora y
media al manejo del PC. A alfabetización vienen dos alumnas, y a la siguiente,
ellas dos más otras cuatro.
No hemos tenido clase algunos sábados, por puentes, debido a
las fiestas, etc. Pero han aprovechado muy bien el tiempo.
Pilar empezó el curso sola. Temerosa de no escribir
correctamente… Comenzamos con un breve dictado cada día. Luego una breve
lectura de un libro para niños, “La paloma azul” de J. Luis Olaizola. El primer día solo leímos la primera página
de “La cacería”. Le costaba mucho hilvanar las letras para formar las palabras.
Su lectura le tomó mucho tiempo y esfuerzo. Al final le pregunté “¿Qué
recuerdas de lo leído?”. “Nada”, me dijo, “estoy tan pendiente de las letras
que no me entero de lo que leo. No entiendo nada “. “Vale. Ahora escúchame a mí.”, le dije, ” Te
lo voy a leer yo y luego me dices si ya sabes de qué va la historia”. Mientras
yo iba leyendo la observaba y me di cuenta de que sus ojos apagados tomaban un
brillo especial de complacencia a medida que iba escuchando. Yo podía ver, a
través de aquellas ventanitas que dejan translucir el fondo de su alma, que su
cerebro asimilaba, mientras estaría creando en su mente imágenes que antes no había percibido en aquella
lectura. Dio un suspiro profundo cuando terminé y me comentó “Madre mía, qué
distinto…¡qué bonito! Ahora lo entiendo. Es que cuando tú has leído es como si yo
lo viera en mi cabeza, pero antes no… “ . “Vale. Ahora te lo voy a leer de
nuevo. Y luego te pediré que me resumas lo que has escuchado. A ver qué
tal”. “¡Uf, con la mala memoria que
tengo…!”, se quejó. Estuvo ensimismada durante mi segunda lectura, pero –para mi
sorpresa- fue capaz de contarme la mayor
parte del relato.
Si yo le leía, ella lo captaba. Era capaz de asimilarlo y
memorizarlo. Me pareció algo maravilloso.
“Bien. Ahora tú vas a ser capaz de leer como lo hago yo.
Encontrando significado a lo que lees. Para ello debemos tener paciencia y lo
haremos como un ejercicio obligatorio, hasta que seas capaz de leer frases
completas que entiendas”. “Me parece muy bien”, aceptó llena de ilusión.
“Vas a comenzar aquí y hasta donde veamos que hay una pausa:
una coma, un punto o un punto y coma. Estas pausas indican que debemos respirar
hondo antes de seguir leyendo, para poder comprender lo que el escritor quiere
decirnos ¿vale? Por eso no podemos saltarnos ninguna. ¡Eso es muy importante! O
no entenderemos nada. Tampoco podemos separar las palabras, hay que leerlas de
corrido… bueno…entonces, ahora pones el dedo índice al principio de la primera
frase y con el de la mano izquierda marcas la primera pausa. El punto donde te
tienes que parar a respirar hondo.”
Comenzó dubitativa… ” Huuu-bo un ti-empo en que Pisca vi
-via con su pa-dre su ma-dre”. “¡No! Te
has pasado de la pausa y hay una palabra que has leído mal. Vuelve al principio…”
Y releyó “Pisca” cuatro o cinco veces más, en vez de “PRISca”. Pero luego ya no se pasaba de la coma. “Mira,
VIVÍA, aquí hay una tilde que es un símbolo que quiere decir que debes leer la “Í”
más fuerte para que suene bien. “¡Uf, es
que yo esto de los acentos, no sé…!”. “Sabrás, sabrás. No te preocupes… Vamos
con la siguiente frase.” Nos pasamos media
hora con las tres primeras frases del libro. Repitiendo y repitiendo. Al final
estaba muy cansada, pero dijo “Yo creo que ahora ya sé cómo lo tengo que hacer.
Voy a ver si soy capaz, yo sola, en casa, de leer algo. Pero me resulta muy,
muy difícil, porque me canso mucho. Mira yo no he leído nunca. Nunca me ha
gustado. ¡Como nunca he entendido nada de lo que leía! … pues yo no le he
encontrado el gusto a esto de leer”.
Durante las dos o tres clases siguientes seguimos con la
lectura de forma similar.
Después de terminar la lectura de la primera página, le
puse, como deberes, escribir una descripción su casa de pequeña.
No volvimos a hablar de la lectura. Solo la practicábamos.
Al cabo de un mes Trini se unió a la clase con Pili. Cuando
comenzamos a practicar la lectura, Pili le comentó: “Al principio yo no
entendía ni papa tampoco, pero he empezado un librito de mi hija, de cuando era
pequeña…¡y me está gustando!”. “¡Vaya, Pili, no sabía que estabas leyendo en
casa!", me sorprendí. “Sí, es que mi hija me dijo "“mira mamá, este libro lo leí
en el cole y me gustó mucho, seguro que te resulta fácil!"”… y la verdad es que
lo estoy pasando muy bien. Leo antes de dormirme, y me encanta, porque es un
libro con muchas aventuras de niños de una escuela en distintos sitios donde
van de vacaciones. Ahora están en un campamento de verano. Hacen cosas muy
divertidas que yo nunca hice, y me lo paso muy bien!”.
Al cabo de unas clases Pili le había dejado otro libro de su
hija a Trini, y ambas siguen enzarzadas en sus respectivas lecturas.
Tal vez es presunción mía pero las encuentro más felices, en
general, y también cuando llegan a clase. Son muy trabajadoras. Están muy motivadas por
aprender. Todo lo que les pido les parece correcto. Ahora hemos comenzado por la
ortografía de la “b” y la “v”… y lo están haciendo muy bien.
Ambas me están haciendo muy feliz. Gracias a las dos por
querer ser mis alumnas y por todo lo que me estáis enseñando.