¡Feliz cumpleaños Alphonse!
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Alphonse Daudet (13 de mayo 1840- 16 de diciembre 1897) |
¡Oh, claro que sé que ya no lo vas a celebrar! Pero eso no
importa para que yo pueda felicitarte ¿verdad?
No encenderemos velas con numeritos, porque si lo
hiciéramos, deberían indicar 175. Ese no es un número muy corriente en el
cumpleaños de un ser humano.
Pues sí, ya hace todo ese tiempo que naciste. ¿Y quién le
hubiera dicho a tu madre que tú y yo nos íbamos a conocer? Bueno tanto como “conocer”…
Tú no me conociste, pero yo a ti sí.
Tú no te puedes acordar –pero yo sí- de aquel día en que llegué a la escuela y mi
maestra sacó un librito, con la portada de un molino, una cabra… y empezamos a
leer “La Chèvre de M. Seguin” … y la
señorita decía “La xevr d Musié Segán” y ponía los labios, así, primero
estirados, luego redondeados, y al final, echaba el sonido por la nariz ¡qué difícil!
Yo trataba de imitarla, pero mis sonidos no se parecían mucho a los suyos. Aunque,
te prometo que lo intentaba. Pero a mí, eso de echar el aire por la nariz y
abrir un poco la boca se me complicaba una y otra vez. Y yo pensaba ¿No hubiera
sido más fácil si lo hubieras escrito en español? Pues no. Erre que erre
escribiendo en francés – aunque tú no podías imaginar lo difícil que me iba a
resultar el leerte.
Tu historia me fue cautivando, y me entró la curiosidad de
saber si aquella cabrita que era capaz de hablar, sería también lo suficientemente
inteligente para que el lobo de las montañas no se la comiera…
¡Oh, qué pena! Solo leíamos un trozo cada día. Me hubiera
gustado tener un libro como aquel en casa, así podría habérmelo leído más
rápido para descubrir el final. Pero
tuve que ir destapando aquella historia tarde tras tarde, después de repetir y
repetir, y durante todos aquellos días llenos de suspense. La aventura de la
cabra Blanchette me acompañaba día y noche, hasta que se me pegaban los ojos
bajo las sábanas ¡Qué bonitas eran
aquellos cuadros que yo pintaba con mi imaginación: en distintos tonos verdes,
sobre montañas suaves y onduladas, en las que habría podido caminar descalza,
acompañando a la cabrita mientras pastaba plácidamente ¿qué me contaría
mientras tanto subíamos y bajábamos juntas por senderos que se ondulaban de un
lado a otro del paisaje… Al adentrarnos
en la lectura empecé a mezclar su blancura con la del molino… más tarde, con el
agua clara de la laguna.
Era imposible que yo recordara todo lo leído, pero las
imágenes de los parajes donde nunca había estado se grabaron en mi mente y,
hasta el día de hoy, algún se encuentran en alguno de los baúles que amueblan
mi memoria.
Tú no llegaste a conocerme, pero yo a ti muy bien, y me dejaste
una huella imborrable desde mi niñez. Gracias Alphonse Daudet.
DEDICADO a mi hermana Olga.