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“Cariño, mira lo que
dice este titular: “Detenido anoche por lamer.”
“¿Qué dices? ¡Este gobierno ya se está pasando con el
control sobre la gente!”
“No. No tienes razón. En este caso, parece que hay un motivo
para haberlo detenido. Según esta noticia, está un poco mal de la cabeza. Cuando
lo interrogaron declaró que estaba salvando a la mujer, porque tenía el
coronavirus.”
“¿Y ese cretino cómo lo sabía? ¡Hay que ver hasta donde
inventan los asaltantes sexuales!”
“Pues parece ser que es cierto, que ella tenía el virus.
Porque dice aquí que le hicieron una prueba PCR y dio positivo.”
“¡Pura casualidad! ¿Y qué tiene qué ver que ella tuviera el
virus, para que él se pusiera a lamerla!”
“Pues el tío ha declarado que necesita lamer el virus porque
es de lo que se nutre para sobrevivir… “
“¡Qué pirao! ¿Qué es una nueva versión del Conde Drácula?”
“¡Y yo qué sé! Aquí no explican nada más.”
En
la comisaría de la Latina, dos agentes jóvenes esperan recibir órdenes para el
traslado del detenido.
Un
hombre pálido, de extrema delgadez, arrebujado en una manta fina, sobre un
camastro, asoma una cara huesuda, ojos hundidos, labios pálidos, que emiten
intermitentes ronquidos.
“¡Qué cabrón! No se ha dormido hasta ahora que empieza a
amanecer. ¡Vaya nochecita!”
“Hay que ver cómo esto del coronavirus ha afectado
mentalmente a la gente, tío.”
“¡Pues sí! ¡Mira que ocurrírsele la historieta esta de que
sobrevive a base de lamer la proteína del COVID-19 para ir por ahí lamiendo
mujeres! Macho, a este tío se le ha ido la olla.”
Suena el teléfono.
“Sargento, Dimas, al habla. Sí…Sí… Bueno nosotros pensábamos
que era mejor que… Ah, ya entiendo. No, peligroso no parece. Al menos hasta
ahora no ha intentado nada contra nosotros. No… Vale. Si, claro. Sin problema. Hasta
mañana entonces.”
“¿Qué pasa?”
“Que dice el jefe que no lo podrán trasladar hasta mañana.
Parece ser que un juez tiene que decidir a dónde lo van a llevar antes.”
“¿Y mientras qué? ¿Nos lo comemos con patatas?”
“Nos tendremos que quedar aquí, haciendo turnos. No se le
puede dejar solo.”
“¡Nos va a joder la cena de Noche Buena!”
“¿Y qué quieres, macho? El trabajo manda.”
“Ya, pero es una faena.”
Después de varias horas de entrar y salir para estirar las
piernas, de comer pizzas medio frías, de beber tres litros de agua y catorce
horas de reloj contadas y sufridas segundo a segundo, los dos compañeros
sintieron al prisionero resollar.
Se destapa. Se levanta lentamente. Se estira dejando
translucir unas costillas descarnadas, a través de una impoluta camisa blanca,
adornada en la pechera con pequeños volantes a lo largo de su abotonadura.
“Jorge. Despierta. El fantoche ese se ha despertado.”
“¡Qué cabrón! Se ha tirado todo el día roncando y
resoplando. No jodas que se va a pasar otra noche en vela y sin dejarnos pegar
rojo.”
Acercándose con un plato en la mano.
“Buenas ¿Qué? ¿Quiere comer algo? Nos ha sobrado un poco de
pizza.”
“Buenas” – desperezándose y bostezando, “¿Pizza? Yo no puedo
comer esas guarrerías. ¿Ya se le ha olvidado lo que declaré? Solo me alimento
de lamer el virus. Ese al que le han puesto ese nombre tan raro COVID-19. ¿Por
qué 19, si lleva en este Planeta siglos? ¡Qué culpa tengo yo de que no se hayan
dado cuenta hasta el año pasado de que ese virus estaba por aquí! ¡Con lo a gusto
que estaba yo dándome banquetes en Wuhan!, pero los chinos se empeñaron en
confinar, confinar… y no me quedó más remedio que migrar, para poder seguir
alimentándome.”
Con socarronería.
“¿Entonces, usted ha venido de China?”
“¡Pues claro!”
“¿Y porqué habla español y no tiene rasgos chinos?”
“¡Hombre, yo me adapto a las culturas en las que habito!
Después de tantos siglos de vida, me ha sobrado tiempo para aprender idiomas.”
Por lo bajini.
“¡Qué jodido el tío! ¡Tiene respuesta para todo! Y está todo
convencido, macho.”
“Ya te digo, tío. Los locos son así. Se lo creen hasta ellos
mismos.”
Dimas, levantando la voz.
“Bueno. Mire, haga lo que le de la gana. De aquí no va a poder
salir. Si no quiere comer nada, allá usted. Luego no vaya a decir que le hemos
matado de hambre.”
“Pues eso. Usted ha dormido todo el día. Así que ahora se tendrá
que estar calladito, porque a estas horas, ya va siendo hora de que nos
turnemos para dar una cabezadita, si no le importa.”
“A mí qué me va a importar. ¡Duerman, duerman! Que yo no les
voy a molestar en absoluto.”
A las ocho en punto de la mañana se oyen unos golpes en las
rejas de la puerta.
“¡Abrid! ¡Es que no oís!”
“¡Vaaaah! ¿Por qué no llamáis al timbre?”
“¡Porque no funciona! ¿estáis sordos o qué?”
Abriendo.
“¡Qué va, tío! ¡Nos hemos quedado traspuestos un ratito!”
“Bueno, a ver ¿dónde tenéis al bicho raro ese?”
“Pues, ahí detrás de las rejas… ¡Coño! ¿Dónde se ha metido
el tío?”
“¿Le habéis abierto o qué?”
“¡Qué no, que no! Si nos hemos estado turnando toda la
noche, para dormir algo. ¡Y la última vez que cerré los ojos estaba ahí,
sentado en la cama!”
“Pues aquí dentro no está. ¿A ver cómo le explicáis al jefe
por donde se ha escapado, si vosotros no le habéis abierto las rejas ni la
puerta de la comisaría?”
“¡Joder, joder! ¡Ya te digo!”