jueves, 27 de noviembre de 2008

REFLEXIÓN: Sobre la violencia “familiar”

Based on M. Phillips "Rape"












No quiero llamar a esta clase de violencia “machista”, porque de ella estaría excluyendo a las mujeres que son capaces de maltratar sus esposos / parejas hasta llegar anular su voluntar convirtiéndolos en sus peleles; ni tampoco la quiero denominarla “de género”, ¿qué género, el masculino, el femenino o ambos? Porque se la está llamando así por los medios de comunicación y los políticos cuando las mujeres son las agredidas ¿Es que las mujeres no tenemos, entonces, género? ¿Qué género tienen las niñas y los niños violados?

¿Porqué quiero llamarla “familiar"? Porque creo no debemos excluir de ella las situaciones de violencia producidas por padres a hijos y viceversa. Que también salen con frecuencia en los medios...pero ¿cuántas más habrá que no se saben?

Creo que la familia es el reducto más pequeño en el que nos relacionamos los seres humanos. El más querido – el que más debería de protegernos y de hacernos felices- y también el más conocido y más estrecho, en el que nos movemos.

Me gustaría hacer hincapié en lo de “estrecho”. Los seres humanos hemos pasado de vivir como trashumantes y a la intemperie, a ser apilados en cuchitriles, poco a poco más apretados, donde cada vez nos cuesta más tener nuestro propio espacio en el que poder encontrarnos a nosotros mismos, para ser capaces de meditar y reflexionar sobre lo que hacemos o decimos. Esto, unido a una forma de vida que cada vez nos exige más trabajo para poder conseguir lo mínimo, crea en nosotros un mundo de sinsabores y frustraciones. Nuestra vida privada se reduce a un cúmulo de insatisfacciones que los más fuertes –ya lo sean física o emocionalmente- utilizan para montar en cólera y descargarla contra el más débil que tienen a mano. Este suele ser su esposa, su marido /pareja, sus hijos o sus padres. La ley del más fuerte es la que impera en nuestros hogares, a menos que estemos alerta y sepamos frenarla al más mínimo intento de agresión, del tipo que sea. Esto es lo que quieren hacernos ignorar los políticos que están haciendo estas inútiles leyes sobre “la violencia doméstica”. El efecto de estas leyes es la de tapar agujeros o de apuntalar un enorme edifico, que se derrumba porque sus cimientos han sido socavados. ¿Quién propaga y propicia la idea de “tanto tienes, tanto vales”?

La violencia que las mujeres ejercen sobre los hombres está soterrada. No se pueden medir los insultos, los desprecios, los gritos, las segundas intenciones, etc. aunque vayan lentamente sumergiendo la relación en un mal trato psicológico hacia el hombre.

Pero la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres y los niños -que también suele ir acompañada de maltrato psicológico- si además conlleva agresión física, se puede fotografiar, observar por médicos o policía, etc. Mucho más fehaciente se vuelve cuando hay un cadáver de por medio.

Yo me pregunto ¿de qué están sirviendo estas leyes si no se salva la vida de las mujeres ni la de los niños? Si estas fuesen efectivas, se supone que ya no debería haber más muertes de este tipo en el futuro. ¿Pueden las leyes cambiar, de repente, la mentalidad de las personas agresoras? Está comprobado que no ¿Cuándo dejarán de existir muertes por esta causa?

Como mínimo...

Cuando los hombres y las mujeres seamos capaces de amar, de perdonar, de no buscar seres perfectos porque no los hay, y cuando dejemos de buscar una víctima propicia donde descargar la furia que llevamos dentro, casi siempre provocada por situaciones ajenas a esa persona.

Cuando veamos belleza en la compañera que tenemos al lado que lucha por hacer nuestra reducida y corta vida más agradable, y no nos quejemos de las cosas que hace con todo su amor por nosotros.

Cuando reconozcamos que el hombre que tenemos a nuestro lado hace lo posible para que seamos felices, y podamos decirle de buenas maneras esto quiero o esto no me gusta, y él sea capaz – por amor- de cambiar su comportamiento hacia nosotras.

Cuando seamos capaces de ver en los niños a seres frágiles a los que debemos proteger, y no los usemos como victimas propiciatorias donde descargar nuestra furia o saciar nuestros bajos instintos.

Cuando no veamos en nuestros padres a seres desgraciados o inútiles, incapaces de comprendernos, a los que reprochamos que no nos puedan dar todas las cosas materiales que nosotros les exigimos.

Cuando seamos, en fin, capaces de enterrar nuestro orgullo - de emitir un “te quiero” o un "lo siento" antes de que sea demasiado tarde- de pedir perdón cuando hemos herido a alguien, y de escuchar cuando quien nos ha herido necesita pedirnos disculpas.

Y cuando, también y por fin, dejemos de escuchar los cantos de sirena a los que nos ha supeditado la estafadora sociedad consumista, convirtiéndonos en sus malogrados clientes.

Desde mi punto de vista, la comunicación –las palabras y los buenos gestos- es la base de una buena convivencia entre los seres humanos, y no solo los regalos costosos -que la mayoría no nos podemos permitir- como nos anuncia la publicidad, y que los maltratadores usan para alibiar sus malas conciencias. El orgullo mal entendido es otra de las peores lacras que corroe las relaciones entre las personas que viven próximas.

Nada puede causarnos más dolor que:

- Nuestras palabras o gestos sean mal interpretados.

- Que nuestras preocupaciones sean consideradas sin sentido.

- Que desprecien nuestro amor, lo infravaloren o lo rechacen. Porque el amor extraordinario que tenemos -y somos capaces de dar- es para las personas que consideramos especiales en nuestra vida. Nuestros seres queridos. Ese que no es para el resto del mundo.

- Que la gente cercana a nosotros entienda que también tenemos nuestras frustraciones, y motivos por los que quejarnos o estar tristes, pero que tratamos de sobrellevarlos de la mejor manera posible, sin causarles daño, tratando de hacer hincapié en las cosas pequeñas que nos hacen felices cada día, y no en las que nos desesperan.

- Que las personas que amamos comprendan que solo somos un ser humano imperfecto. Que intentamos hacer las cosas lo mejor que podemos, y que, si a veces metemos la pata, no es a propósito. Merecemos ser perdonados, y no ser tratados como un ser despreciable por ello.

- Que, aunque nuestros seres queridos no se lo crean, buscamos perfeccionarnos en todos los sentidos y en la medida de nuestras posibilidades, y que si no lo hemos conseguido, no es porque no lo intentemos, sino porque aún no hemos llegado a superar algún pequeño obstáculo, pero...estamos en ello, y necesitamos apoyo.


En fin, que como dice el refrán, “Errar es humano, y perdonar es divino”. Veo que, el que no es capaz de perdonar ni sus propios errores ni los de los demás, sufre mucho, y que también hace padecer grandes angustias a sus seres queridos. Sus fiascos pueden llegar a convertirse en violencia gratuita, y su crueldad en gestos irreversibles, que incluso pueden acabar con la vida de los que le aman o de sumirlos en el mayor de los abatimientos -en el mejor de los casos.

Hay imágenes que hablan por si solas, aunque estas solo sean interpretadas, y no representen a TODAS las auténticas víctimas de nuestra sociedad.

Este vídeo explica muy bien "El cíclo de la violencia de género". Si este no se rompe por parte de la víctima o del maltratador, siempre acabará en un crimen.

En esta charla "6 conductas que identifican al maltrador" ayuda a indentificar a estas personas.

Presta atención ante una persona manipuladora. Este vídeo te puede ayudar e idenficarlo y te da consejos para que puedas librarte de uno.

Madrid, 27 de noviembre de 2008

jueves, 20 de noviembre de 2008

CUENTO: La princesa Sadeene
















Dedicado a mi amiga Shabeene

Érase una vez una Princesa, por nombre Sadeene, que moraba en un país muy apartado. Tan remoto, que nunca hubieses sido capaz de encontrarlo en el mapa, por mucho que te empeñaras en escudriñar el susodicho. Su apelativo, Sadeene, * le venía como anillo al dedo, porque hubo un momento en su vida que realmente era la Princesa más tristona que jamás habitara el universo. Era agraciada, más diminuta que Pulgarcita, de tez más albina que las cumbres del Kilimanjaro, sus ojillos y cabellos, de negro tan penetrante, que los de Luther King resultarían claros junto a los suyos, y de carácter más repipi y femenil que el de la Princesa del Guisante.


Nuestra Princesa creció vivaracha como una pandereta, y tan bien instruida que hasta Bernard Shaw la hubiese admirado por su juicio e ilustración. Aunque tenía en mente no casarse nunca y reinar como si otra Isabel I de Inglaterra fuese. Un buen -o mal momento, depende de cómo se mire- fue a tropezarse, al albur, con un majestuoso Príncipe que le hizo tilín, y la engatusó de tal manera con su verborrea intelectual, que se encontró en la disyuntiva de tener que darle el sí nada más que él hizo atisbos de requebrarla.


Todo se dejaba transcurrir tan felizmente en aquel dominio, que incluso las moscas se habían largado al país vecino hastiadas de tanta plenitud. Hasta que en una desdichada hora el malaje se dejó caer por allí. Cabalgaba el Príncipe en su corcel –¿Cómo podría haber sido de otra manera? Por lo poco más que acostumbraba a hacer, y porque eso es lo que suele ocurrir en todos estos cuentos- y tuvo un mal tropiezo, asi que allí se quedó su vida despanzurrada boca arriba, y sin darle tiempo a decir ni un "ay", se alejó para siempre de este mundo, y de su Princesa, yéndose a morar a no se sabe cuál.


¡Héteme ahí, a mi linda Princesa, más desesperada que a un yonki en el pico más alto de su mono! Su tesón, que siempre había sido más férreo que las vías del AVE, se trocó en natillas. No se encontraba forma de confortarla. Ni Fofito ni Milikito la hubieran sacado una sonrisa. Así que aseguró los ribetes de su boca bajo candado de seguridad, condenando a su blanco ejército a cadena perpetua. Tanto bajo los rayos del sol como los de la luna, durante el desvelo y el sueño, con sinsabor más amargo que la cicuta, plañía en pos de su ser adorado. Lloraba hasta tal punto, que sus lágrimas preñaron de fertilidad todos los campos de labranza de su reino durante un cúmulo de dilatados años. Los segundos de cada jornada se mudaron en milenios, y las horas se le mostraban tan perennes que, de una a otra, le llegó a medrar el pelo varios centímetros. Su trenza se hizo tan longa y fatigosa que necesitaron acoplarle un carrito para poder acarrearla en sus desesperadas idas y venidas por los exuberantes jardines de palacio. Su crisis se hizo tan abismal, ¡que ni Zapatero le hubiera encontrado enmienda! Podría decirse que, en aquella época, más que Sadeene hubiera que haberla llamado Sadeeness *, por la gran tribulación de la que era presa.


Durante uno de aquellos crepúsculos en los que nuestra Sadeene deambulaba arrastrando su agonía y su trenza -por chiripa y sin querer la cosa- fue a toparse con un galán que resultó ser –como más tarde ella descubriera- un Príncipe que estaba gobernando no mucho más allá de su país. Nunca antes sus ojos se fijaron en varón alguno después de la privación de su idolatrado. Pero aquél mismísimo instante Sadeene –sin saber cómo ni porqué- vio a aquél y se fijó en él. ¡Vaya si se fijó!... Como que, desde aquel momento, él se hizo un huequito en su intelecto empezando a llenarla de certidumbres y regocijos. (Hay que reconocer que su desasosiego era basado en fundamentos de peso, teniendo en cuenta que el Noble estaba casi tan bueno como el Príncipe Felipe, ¡ahí es ná!). Sus tropiezos se hicieron cada vez más fortuitos, acelerando su secuencia, hasta que llegaron a ser como el sorteo de la ONCE: un día sí y el otro también. Él, además de buen mozo, era el hombre más jocoso y lúcido que ella hubiera podido fantasear nunca. Todo lo que él parlotease o urdiera le resultaba saleroso a nuestra Princesa. Era capaz de hacerla desternillarse tanto que, al cabo de la jornada, reposaba tan plácida y sonriente como Pituso, mi gato persa. Más dichosa que los Siete Enanitos lo eran junto a Blanca Nieves. Así que, poquito a poco, las ojeritas de Sadeene pasaron de tiznarse de negro a malva –que dicen que es el tinte del amor ¿Sabrá nuestro psique de qué tono colorearse cuando ama?- Su piquito dorado, al principio, pronto dejó asomar risitas distendidas, que con el tiempo se tornaron francas, y el escándalo se introdujo en palacio cuando se le oyeron las carcajadas. La viudita se había vuelto jaranera... ¡Era intolerable! Ni porque le bajaran su pensión de viudedad, ni porque le subieran el IVA, ni porque sus súbditos se declararan en huelga... ¡Nada reprimió su júbilo! Pues... ¡Era necesario desposarlos presto -maquinó el Obispo- porque aquello ya era pábulo de todos los corrillos del feudo!


Sublevóse al principio Sadeene, porque era aún más flamante que la Princesa Letizia. Aunque al cabo del escaso intervalo de cumplir el anuario, aquel Príncipe logró enzarzar ya su corazón de tal manera -ciñéndoselo tan fuerte contra el suyo- que no le pudo sostener ni un "aguanta" ni un "no"... Así que una hermosa madrugada de primavera, ella no tuvo más remedio que darle el sí. Para exhibir su rehabilitada dicha al cosmos, la mañana del desposorio ella se negó a llevar tul. Desatando su mata de pelo, fue como flotando a la capilla. Mientras, cientos de pajecillos la seguían en derredor, ansiosos de domar sus inagotables cabellos que se cimbreaban en torbellino.



* NOTA:
Sad= adjetivo inglés que significa "triste".
Sadness= nombre inglés que significa "tristeza"


Madrid, 9 de noviembre de 2008

miércoles, 12 de noviembre de 2008

EFEMÉRIDES: Sor Juana Inés de la Cruz

Nació el 12 de noviembre de 1651 la poetisa y religiosa mexicana. Murió en 1695.


Links de interés para conocerla mejor y a su obra:

Para saber lo que ella pensaba sobre la intelectualidad de la mujer léase esta carta: Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz



WIKIPEDIA Su Biografía



Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: "Sor Juana y su mundo"



UB Bielefeld: Juana Inés (de la Cruz): "Fama, y obras postumas / del fenix de Mexico, decima musa, poetisa americana Sor Juana Ines de la Cruz". Madrid : Ruiz de Murga , 1700.

jueves, 6 de noviembre de 2008

POEMA: Si yo lo tuviera todo













Si yo lo tuviera todo,
Más el amor me faltara,
Nada sería.
El sentido mi existencia perdería,
Tornándose en dolor.
Mi vida todo lo apuesta...
Al amor.
Y lo que no lo es,
A mi ser sosiego resta.


Madrid, 6 de noviembre de 2008