miércoles, 27 de febrero de 2008

RELATO: La cocina arabesca















No tuve más remedio que asomar mi cabeza por la luminosidad que proveía de aquella puerta, que alguien en un descuido había dejado entreabierta. Había, abajo, en el centro, junto a los fogones un hombre de espaldas atareado. Sin pensarlo dos veces bajé sigilosamente la escalera de madera en dos tramos sin atreverme a poner mi mano izquierda sobre aquella maravilla contorneada de pasamanos. Cuando el hombrecito chino delgado y moreno, que estaba enfrascado en una carrera endiablada cortando desenfrenadamente todo tipo de verduras y colocándolas artísticamente en distintos recipientes, se percató de mi presencia:

- Lo siento, yo...

-Si...bueno. No sabe tu estás aquí. No veo nada. OK?

- Si, si...gracias. Es sólo un momento.

Y comencé la vuelta más alucinante a la fantasía artística que alguien haya podido imaginar por aquella enorme cocina alargada, forrada de filigrana de madera noble por todas partes, excepto por los grandes ventanales a su izquierda de la entrada que daban a un hermoso patio con un cuidado jardín interior. Creo que durante todo el recorrido no pude cerrar mi boca de la admiración que me producían aquellas hermosas figurillas, ramas y hojas, que con tanto esmero habían sido talladas en los paneles que lo cubrían todo. Me habría pasado más de un año viéndolas con detalle y no habría terminado de descubrir todas sus escenas: estanques, aves, árboles, pagodas, castillos, cottages, chozas, todo tipo de paisajes diferentes con sus correspondientes labriegos y moradores realizando sus faenas cotidianas. Todo un mundo de diversidad visto por el ojo de un inspirado artista inglés del siglo XIX. Los bajorrelieves, la faja que cubría las grandes ventanales por los cuatro costados, y los círculos en el techo que adornaban las salidas de la luz, formaban un mundo en miniatura, exultante y armonioso Y todo aquello estaba destinado uso particular! ¿Cuánto no hubieran dado los visitantes de aquella casa museo por poder contemplar aquella joya singular y única? Pensé yo. En mis reflexiones no me di cuenta de la entrada de una mujer de unos sesenta, alta y fuerte, con moño y delantal. Toda de negro, que portaba una oca bajo su brazo. La vi cuando ya estaba introduciendo a la pobre ave en un recipiente con agua hirviendo. Al rato la sacó dando estertores. Ella, impávida, comenzó a arrancarle el plumaje. Me acerqué:

- pero si está aún viva!...

- Clarrrro! Si se pelan muerrrrtas su carrrrne pierde saborrrr ¿no lo sabía?

Y la que resultó ser alemana siguió con su tarea. Yo iba a decir algo sobre la crueldad con los animales, pero en aquel mismo instante bajaba, a duras penas, por la escalera un hombre de cara sonriente, rojizo y más que rechoncho.

- ¿qué, ya se nos coló otra curiosa?

- Bueno...yo sólo quería...

- Aquí no se puede bajar. Esto es privado.

- La verdad es que necesitaba entrar al servicio y me confundí....

- Si claro...pero tiene que irse ya.

No tuve más remedio que empezar a subir la escalera de la abrillantada cocina que debía de tener varias personas toda la noche sacándole el brillo a aquellos infinitos recovecos dónde no había ni una sola mota de polvo.

Mientras se introducía hacia la puerta que estaba a la izquierda de la escalera, dando a lo que yo había supuesto que era la despensa - No -contestó el hombrecillo a mi última curiosidad- madera viva, no ensusiar. Siempre mismo. Nadie limpiar. Jurar verdad.

Madrid, 4-07-2006

miércoles, 13 de febrero de 2008

POEMA: Love's Philosophy, SHELLEY - Traducción


 


Love's Philosophy  by Percy Bysshe Shelley
(1803-1882)

To my family in Brasil

The fountains mingle with the river,
And the rivers with the ocean;
The winds of heaven mix forever,
With a sweet emotion;
Nothing in the world is single;
All things by a law divine
In one another's being mingle;--
Why not I with thine?

See! the mountains kiss high heaven,
And the waves clasp one another;
No sister flower would be forgiven,
If it disdained it's brother;
And the sunlight clasps the earth,
And the moonbeams kiss the sea;--
What are all these kissings worth,
If thou kiss not me?


TRADUCCIÓN:

A mi familia en Brasil

 
La filosofía del amor 

 Las Fuentes se confunden con el río,
Y los ríos con el océano;
Los vientos del cielo se entremezclan por siempre,
Con una dulce emoción;
Nada en el mundo está desparejado;
Todas las cosas por ley divina
Entre una y otra se van mezclando;--
¿Porqué no yo contigo?

¡Mira! Las montañas besan al alto cielo,
Y las olas se atrapan unas a otras;
Ninguna flor hermana sería perdonada,
Si a su hermano desdeñara;
Y la luz del cielo abraza a la tierra,
Y el rayo de luna besa al mar;--
¿De qué valen todos esos besos,
Si tú no me besas a mí?

lunes, 11 de febrero de 2008

RELATO: El cuarto de harina








A Conchita, mi amiga desde la infancia.

“El señor, T. ha muero. ¿Quieres venir conmigo al velatorio?”

Le dio un vuelco el corazón. Ella se agradeció a su madre que le pidiera que la acompañara.

Se pondría su mejor ropa de fiesta. El vestido blanco de vuelo que había adornado con bonitas pegatinas, su chaquetita de percal y los últimos calcetines de ganchillo que su tía le había hecho para los domingos. Toda de blanco. Le sacó bien el brillo escupiendo sobre sus zapatitos de charol negro antes de ponérselos. Se hizo las coletas y se aseguró que los lazos de seda rosa estuvieran en su justo medio. Quería celebrar la ocasión.

Sólo estaban la recién viuda y su hija, que había venido de la ciudad donde estudiaba Magisterio. Les dieron el pésame y su madre se sentó en silencio en una de las sillas frente a los pies del fallecido.

La niña se sentó junto a su madre. No paraba de mover sus pies que colgaban de la silla, aunque no era demasiado baja para tener sólo diez años. Su madre la miró en señal de reproche para que parara. Ella saltó del asiento y se acercó al féretro.

Allí estaba aquel hombre de unos 55 años. Casi calvo. No parecía ser feo. Sus labios eran carnosos, ahora sellados, antes siempre, sin saber porque, le sonreían amablemente. Sus ojos, ahora cerrados, habían sido azules claro, de mirada fría, distante que había usado para mirarla siempre de arriba abajo. Ahora su barba blanca y recia apuntaba a salir, raro en él. Llevaba un elegante traje negro con corbata y camisa blanca. Le parecía extraño que hoy no llevara su habitual chaqueta marrón de punto con bolsillos a ambos lados, ni su pantalón gris con cinturón subido de cintura que dejaba siempre ver sus calcetines blancos por encima de sus zapatos marrones y enormes.

Deseó meter su dedo en la mejilla inerte. Sólo quería asegurarse de que no abriría los ojos, de que no se sentaría de repente en su féretro, de que no se levantaría…Pero no se atrevió, se limitó a dar una vuelta alrededor de la caja. Quería fijar aquella imagen inmóvil para siempre…sólo para asegurarse.

Se sentó de nuevo. Esta vez tuvo cuidado de no hacer ningún ruido y permaneció tranquila observando de vez en cuando a las asistentes que no le parecieron especialmente tristes sino más bien lo contrario. Desvió su mirada hacia las esquinas de la habitación, luego al reflejo de las velas en el cristal de la ventana con las contras de madera abiertas que dejaban entrar la noche.

Las insinuantes figuras reflejadas por la luz amarillenta la arrastraron a la ensoñación. Sintió un escalofrío. Creyó ver al difunto moverse. Sintió como su vello se erizaba. Cerró los ojos y sintió de nuevo su aliento acercándose a su cuello frágil. Sintió un latigazo disparado desde su oído derecho que le recorrió toda la espalda. Quedó paralizada, como atrapada en una red invisible. Él se acercó lentamente por detrás e introdujo sus manazas suavemente por debajo de sus diminutos hombros y las colocó sobre sus botoncitos. Sus pechos habían empezado a crecer, sin su permiso, como algo imparable, para su vergüenza. La apretó contra sí. Ella notó algo turgente sobre su espalda que provenía de su entrepierna. Su cabeza se inclinaba sobre su hombro y empezó a rodearla firmemente. Reaccionó. Con un fuerte empujón se deshizo del lazo de fuego. ¡Y corrió, y corrió…casi sin ver el camino…enloquecida…el corazón queriendo salir por su boca…El sol quemaba a aquella hora de la siesta…Su garganta seca le impedía gritar…mamá!!, Mamá! …Por favor, mamá! …pero su voz no salía…estaba muda! Las lágrimas y la fuerte luminosidad no le dejaban ver la vía. No había parado de correr hasta que tropezó con los raíles… No sabía dónde estaban sus manos. No supo dónde metía los pies hasta que los miró porque no los podía sacar de entre las vías que acaban de cambiar su dirección. No podía sentir el dolor del golpe que su frágil y pequeño cuerpo recibió sobre el acero. De bruces, levantó la cabeza, y entre la cortina de lágrimas y las alucinaciones que de desprendían de los raíles con el calor una sombra gigantesca empezó a acercarse a gran velocidad. Era la hora del TAZ. Las cinco de la tarde. Venía recto, derecho, sin dudas a pasos gigantescos. Como un fantasma oscuro e insinuante. Tiró y tiró …Su diminuto pié no salía. Estaba atrapada. ¡!¿Qué vía era?¡¡ ¿Qué vía era?¡La primera, la segunda¡…Uf!!! Era la tercera…El tren pasó arrastrando de un sablazo su larga cabellera, luego la dejó caer amablemente de nuevo sobre su pequeña espalda…. ¡Pasó!!

Permaneció aún inmóvil unos segundos… le parecieron siglos…Se sacudió su vestidito, se colocó los cabellos pegados a sus mejillas por las lágrimas…cruzó la vía.

Ya no corría. Estaba rendida. Venía de una terrible batalla que parecía haber ganado… El cuerpo magullado. Las rodillas sangrando, el cuerpo espolvoreado con polvos de carbonilla, su ropa sudada, orinada y con lamparones ennegrecidos…Llegó a casa. ¡Qué descanso!
- ¿Dónde…-se ahogó la pregunta de su madre- está la harina? ¿Qué te ha pasado?
- Me caí en la vía… no llegué a comprarla.
- Madre mía… Te podría haber matado el tren. Ven te curare con vinagre. Anda cielo, quítate esa ropa. Y ven que te cure. ¡Vaya golpe…gracias a Dios!


Pero era cierto. Estaba allí,... muerto ¡y bien muerto!

No más miedos. ¿Tendría ella algo que ver?. Porque…la verdad era que varias veces había pensado que sería estupendo si se muriera. Así ella podría volver a comprar a la tienda sin miedo a que la atacara de nuevo.

No había sido ella la única. Su amiga C. le dijo que a ella le hacía lo mismo siempre que no había nadie en la tienda. Pero que su padre le obligaba a ir a comprar allí porque eran vecinos. Así que ella había pedido a Dios que se muriera para que no hiciera más daño a su amiga…

¿La habría oído Dios? En cualquier caso… ahora ya podían estar tranquilas.

Nunca le contó a su madre porqué prefería ir a hacer las compras todos los sábados al pueblo vecino, que estaba a tres kilómetros, cruzando el puente colgante al que siempre había temido, especialmente en invierno, con el río crecido y el viento haciendo que toda la estructura de madera y hierros se tambaleara.

De alguna manera, aunque su madre nunca le hizo preguntas, las dos sabían que la otra lo sabía. Agradeció a su madre que nunca le pidiera detalles. Recordar era tan doloroso... un año temerosa a dormir, por manos que surgiendo de la nada la atrapaban, alientos persiguiendo su cuello, objetos contundentes golpeando su espalda…corría, y corría. Sus sábanas acababan empapadas en sudor. Por el día se sentía vencida por el sueño, pero la siesta la aterraba.

Cuando miró sonriente a su madre esta le devolvió una sonrisa de complicidad.
-¿Nos vamos ya, cielo?
- Sí, mamá... cuando quieras. - Contestó suspirando profundamente.

Saltando de la silla salió colgada de la mano a su madre.

La vuelta fue una fiesta de saltitos alrededor de su madre. En la noche serena, envueltas por una sinfonía de grillos, la enorme luna iluminaba su camino.


Berta-Isabel Cuadrado Álvarez
Madrid, 3 de abril de 2006