lunes, 26 de enero de 2009

CUENTO: Habitada












Ella sentía cómo su pasión se acrecentaba y la iba consumiendo. Ni la comida le entraba, a pesar de sus grandes esfuerzos por probar bocado. Su energía provenía del aire que respiraba, que a veces era incluso escaso, porque no le llegaba a lo más hondo, aunque con esfuerzos lo intentara. Lenta y segura se iba quedando sin los pocos kilos que recubrían su esqueleto. Quería dar tiempo a su amado, no agobiarle, respetar sus cadencia amorosa, esperar a que él estuviera preparado para abandonar su cueva. Eso decían los manuales de los expertos en psicología del amor, y ella trataba de ser una alumna aventajada. Repasaba una y otra vez “Los hombres son de Marte, y las mujeres de Venus” de John Gray, que parecía ser una eminencia en cómo debían comportarse las mujeres enamoradas, para no herir al hombre amado. Necesitaba estar preparada, y saber porqué el hacía esto o lo otro, y cómo ella debía interpretarlo. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué quería decir con lo otro? No quería fallarle porque él se había convertido en más importante para ella, que ella misma...De noche, sin poder conciliar el sueño. Repasaba el día y el instante del último encuentro de ambos. Recordaba todos los detalles al milímetro, a la milésima de milímetro...que una y otra vez volvían a su memoria, hasta que ¡por fin! amanecía. Su cerebro se había agudizado en todos los detalles referentes a él. Durante el día, más que caminar erraba. Porque no sabía qué tenía qué hacer, que iba a hacer, a dónde ir, ni a qué hora, porqué estaba allí, qué objeto necesitaba, para qué lo necesitaba...qué objeto tenía aquel objeto...¿qué sentido tenía nada...si TODO ya era él?

Solo contaba la hora en la que se aproximaba el tiempo de verle regresar de su trabajo a través de la celosía. Y le aguardaba...a veces quedándose helada con el cristal corrido a bajas temperaturas. Si lo veía aparecer su corazón tintineaba lleno de regocijo...si no lograba verlo...porque él se había adelantado a la hora prevista, era presa de una profunda tristeza, que no se iba hasta que volvía a tener la suerte de volver a verle en algún momento, instante, de cualquier manera, a cualquier hora. Los lunes eran horrendos. No sabía si debía salir a pasear y encontrárselo, o si eso le agobiaría a él y haría que se aburriese de verla tan a menudo. Parecidos eran los martes y los miércoles. Los jueves se iba animando, porque era el día previo al viernes. Los sábados y los domingos eran maravillosos porque en algún minuto de aquellos dos días existía la posibilidad de poder verle de alguna forma...¡Quería estar diferente, hermosa Y bonita! ¡Que no hubiese otra más atractiva ante sus ojos que ella! ¡Qué maravilloso martirio! ¡Sentirse así, poseída, invadida, habitada! Él se iba apoderando de ella, ocupándola y arropándola al igual que la vid se enreda en el parral. Notaba cómo su capacidad de raciocinio iba disminuyendo paulatinamente, a medida que aumentaba su poder de sentir...Sobre todo sentirle en sus breves encuentros de miradas furtivas...porque las palabras se habían convertido en imposibles de emitir. Se quedaban allí, atenazadas en la garganta, atrapadas por los latidos de ambos corazones que gritaban al unísono, enmudecidos para el resto del mundo, con fuerza de las olas rompiendo contra el malecón en un día de mar embravecido. Breves tropiezos en los que tiempo se detenía...la naturaleza enmudecía, dejando sus cuerpos ardientes presos de un invisible circulo de pasión.

Ya nada la podía consolar, si no era la imagen de su amado...que se hacía más necesaria y frecuente su demanda... y el mayor de los desasosiegos su ausencia.

Solo un “Hola” emitido por él tenían más valor para ella más que todo el oro o las piedras preciosas del mundo ...

¿Qué no habría ella dado por un beso suyo, una caricia de sus manos o un “te quiero”?

Madrid 26/01/2009 13:27:27