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martes, 29 de diciembre de 2009
CUENTO: Perfidia deberias llamarte
Cuento: ¡Perfidia, deberías llamarte!
Él se dedicaba, por su profesión de fotógrafo a recorrer el mundo. Ella a penas había salido de su pobre casa en una aldea perdida de Galicia. El destino había hecho que, por azares se conocieran. Él era un hombre de mundo. De esos feos maravillosos que roban los corazones, ya que te miran con cara de perritos abandonados, y no tienes por menos que, desde que los ves, amarlos. Ella era una jovencita ingenua, bonita, graciosa, pero, al fin y al cabo, una paletita. Aún así, él enloqueció por ella desde el primer instante en que le vió su sonrisa a flor de labios. Y su frase favorita, para ella, desde entonces fue:
- "¿Cuando me dejarás besarte?"...
-"Cuando vuelvas a nacer" solía ella darle por respuesta.
Otro día, él se empeñaba en querer rozar sus brillantes y largos cabellos azabache, mano que ella siempre esquibaba, no sin sentirse por ello alagada.
Un día tras otro, él, en vano, intentaba asir su preciosa mano, y otras tantas ella, aún con profundo pesar, rechazaba.
-"¡Perfidia, sí, Perfidia deberías llamarte!" Era su último y acostumbrado grito contra ella antes de despedirse.
Aquel juego que él se traía no sabía, ni imaginaba ... el dolor que a ella le causaba.
En uno de sus muchos viajes, fue a visitarla y le trajo un obsequio para su cumpleaños. Un LP titulado "Mi última canción" de Lucha Reyes, también le dijo que era llamada en su país, "La Morena de Oro del Perú", famosa cantante a quién había conocido en aquel viaje a Lima. Él le habló muy serio, leyendole, sin mirarla, los títulos de las canciones:
- "Esta es mi última canción. Quiero pedirte perdón porque tuya es mi vida. Tus ojazos negros me han perdido. Siento que no puedas ser, ni siquiera, mi amor de una noche, aunque en mis sueños soy tu amante. Lo que siento por ti es esclavitud ya que así lo quieres tu. Siempre te amaré, y el día que me muera allá estarás conmigo, porque ni la muerte hará que olvide la locura y la pasión que hoy y siempre sentiré por tí".
Cuando levantó la cara de la carátula, por las mejillas de ambos corrían las lágrimas ... Él le tendió el disco:
-"Si algún día bailas alguna de estas canciones, por favor, acuerdate de mí".
-"Sí, te prometo que lo haré. Gracias... Ahora vete y no te vuelvas a mirarme ... Tiene que ser así ... Tu ya lo sabes".
- "Esta bien... ¿cómo puedes ser tan dura conmigo? ¿ni siquiera un besito de despedida?" ...
- "Ni siquiera uno ... y ya de sobra sabes porqué no ..."
Ninguna de sus amigas podía entender que una jovencita de tan solo 16 años se hubiera aficionado de tal forma a escuchar a una cantante que en España en 1971, no era ni siquiera conocida ..¡ni que se supiera varias de sus canciones de memoria! ¡Y menos a alguien que era fan de los Beatles y de Serrat! Pero ella, al volver del Instituto todas las tardes ponía y volvía a poner aquel disco ... y en su casa nadie la entendía. Cuando bailaba, girando sin parar, al ritmo de aquellos valses y polkas unas veces lloraba y otras reía.
Lejos, al tiempo, en otra ciudad, un hombre de 36 años, solía poner el mismo disco todas las tardes al regresar a casa del trabajo donde le esperaban su amante esposa y sus dos niños ... Ella solía contemplarlo en silencio, viéndolo con aquella mirada perdida en el horizonte, observando nostálgicamente una lejanía incierta por la ventana, mientras una ráfaga de agudo dolor, sin fundamento, la estremecía produciéndole un profundo desasosiego.
Madrid a 29 de diciembre de 2009, 20:39
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viernes, 18 de diciembre de 2009
Cuento: "El gran secreto"
Érase una vez un hombre que estaba harto de que su esposa quisiera saberlo todo sobre él y controlara todos sus movimientos.
Así que decidió darle un escarmiento. Eligió un cajón de su escritorio y lo cerró cuidadosamente bajo llave.
Su esposa se ponía furiosa con él , y no cesaba de exigirle -"¿Qué guardarás con tanto secreto? ¿Con quién me estarás engañando ...porque ahí tienen que estar las cartas de tu amante... el teléfono con que la llamas ... sus números, su dirección... ¡seguro! ¡Ábrelo y déjame ver que hay dentro ...ahora mismo!"- ni de gritarle furiosa cuando le veía cerrarlo con sigilo.
Después de los gritos, venían los llantos, las pataletas ...pero nada de eso conmovió al marido, ya harto de ser vigilado a todas horas ... y de una forma casi obsesiva.
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Un día al regresar él de su trabajo, se la encontró junto al cajón, sentada en el suelo, con un cuchillo en la mano ... era el cuerpo del delito con el que había conseguido ¡por fín! desvelar todos los secretos que su esposo tan cuidadosamente guardaba allí y que tanto la habían ofuscado ...
El cajón, ahora, yacía forzado sobre el suelo ... y tan vacío como siempre lo había estado ... pero al romper aquella cerradura, se había roto también el nexo de unión que debería unir siempre a los que verdaderamente se aman: "la confianza mutua".
Madrid a 18 de diciembre de 2009, 12:11
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A veces, lo importante no es el secreto que guardas, sino el derecho a un poco de intimidad, lo que valoras.
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jueves, 16 de abril de 2009
Cuento japones - El marcador
Ella lo necesitaba como el verano al agua. No podía dejar de creer que él la amaba. Así que imaginó que cada movimiento que él hacía era en torno suyo. Le gustaba pensar que en sus paseos él salía para encontrarla. Y quería que siempre mirara para el lado donde ella estaba. Le gustaba pensar que era porque a él le encantaba verla. Que le parecía frágil, hermosa, delicada, llena de vida y de amor por él. Eso le llenaba de alegría a diario. Hacía que se sintiera bonita, deseada, amada...Le alegraba el corazón y le daba un motivo importante para hacerle la vida más agradable.
Un día ella se sintió enferma. Tuvo que ir a comprar un jarabe de hierbas para la tos. Al regresar, de vuelta a casa, donde nadie la esperaba. Él estaba en el camino, como aguardándola preocupado. A ella le gustó pensar que él -que estaba entretenido leyendo un folleto entre sus manos- había salido a su encuentro porque quería saber lo grave que se encontraba, o para socorrerla en caso de que se desmayara. Rápidamente imaginó ella que se desvanecía..y que él había corrido a sujetarla. Que había tomado tiernamente, en sus fuertes brazos, su pálido y febril cuerpo, y que besándola con dulzura, la ceñía fuertemente contra su pecho...susurándole “No te mueras...que te necesito , mi amor”. Pero nada de eso ocurrió en realidad. Al cruzar ella hacia su casa, a punto de desmayarse por la debilidad de varios días en cama y la emoción del encuentro, le vio alejarse, como indiferente, en dirección opuesta.
Otro día, él se convirtió en su héroe. Gritó porque, con solo con mirarla, se dio cuenta que ella temía que un perro cercano la atacara. ¡Se sintio tan feliz de que la entendiera hasta tal punto! Necesitó darle las gracias de algún modo. Le haría un bonito regalo, como detalle. Dedujo que a él le gustaría tener una hermosa foto suya. Buscó una antigua, en ella se veía muy linda, con solo 20 años, vistiendo un precioso kimono de cermonia de color rosado. Se pasó una tarde entera componiendo el fondo de la imagen. La llevó a imprimir en color, y en blanco y negro, para que él pudiera eligir la que más le gustara. Mandó plastificar ambas imágenes. Compró un largo un cordón rojo. Agujereó la parte alta. Introdujo el cordón y lo ató para rematar la cabecera. Resultó ser un personalizado marcador para libros, cuyo acabado le gustaba. Arriba en caracteres japoneses le escribió: "arigato" (Gracias) y abajo, en los mismos caracteres y en alfabeto occidental, para que él pudiera leerlo, "aishiteru" (Te amo). Luego, se empeñó en lo más arduo: ser capaz de vencer su timidez y entregarle su preciado regalito.
Durante el paseo que ella hacía aquella misma tarde-noche se lo encontró de frente. Ella quiso creer que le había salido al paso y que esperaba que le diera las gracias. La enorme turbación de ella sentía hizo que ella no pudiera mirarle de frente, y solo esbozara una leve sonrisa, y de que solo se sintiera capaz de hecharle una alegre mirada de soslayo al rebasarlo, mientras escasamente emitía un “Hasta luego” que él seguramente no logró -para desdicha de ella- advertir. El corazón le latía tan fuerte que le hizo un nudo en la garganta. Aún así, se alejó considerándose la más afortunada de las criaturas. Sintió no llevar encima su marcador. Así que, aún le quedaba por hacer otro embarazoso intento, el de entregarselo y darle las gracias.
Los día siguientes ella lloró todo el día amarga y desconsoladamente. Dolida, por haber sido incapaz de pararse para hablarle más durante aquel breve encuentro. Era muy infeliz, adivinando que había frustrado a su amado y héroe, y que este ya la estaría maldiciendola y odiandola, para siempre, por su ingratitud.
Al medio día siguiente ella le esperó en un banco del paseo sentada bajo un frondoso árbol. Le siguió con la mirada ir y regresar, para luego detenerse durante un tiempo enfrente a ella a lo lejos. Ella se figuró que articulaba estas palabras: “Ven ahora. Si quieres, puedes. Te espero a tí”. Pero rápido recapacitó y se dio cuenta de que todo aquello no podía ser más que el fruto de su alocada doñajuanesca atración y amor por él. Ya que lo último que él le había gritado -un día que ella se le había acercado para explicarle algo que le atañía a ambos.: "¡No me sigas, no te acerques. Si vuelves a hacerlo tomaré medidas!" . Y de eso hacía tan solo un mes. Entonces estaba lleno de furia, o de miedo o como enloquecido contra ella -desconociendo todavía esta vez el porqué- como si la odiara profundamente. Aunque a quellas frases suyas le resultaron entonces, a ella teatrales, y no consiguieron asustarla- pero construyeron, de nuevo, -tal como ya le había contado hacía tiempo a su mejor amiga, en otra ocasión, en la ya le la había sucedido con él algo muy parecido- una barrera disuasoria en la mente de ella, que le costaba mucho rebasar. Así que se quedó pegada en su asiento, mientras las lágrimas de su impotencia surcaban su pálido y demacrado rostro.
Aún, con todo, alentada por su amor hacia él, armada de generosidad, y, sobre todo, pensando en que él pudiera aliviar su frustración, ideó encontrárselo en el paseo de la tarde-noche. Tomó los dos marcadores y se propuso entregárselos. Se toparon cara cara de nuevo. Ella consiguió vencer su timidez. Pero cuando él la vio se dio la vuelta. Aunque ella insistió en aprovechar su instante de valor... Y con un esfuerzo sobrehumano, para poder sacarse la voz, trató sin resultado, una vez más, que él la escuchara: “Quiero darte las gracias por lo del perro” le dijo sacando sus marcadores, que él ni vio, por estar ya alejándose de ella, como si una diminuta mariposa pudiera atacar a un enorme elefante gris. Él la ignoró. No la miró. Siguió adelante, como si nada hubiese visto ni oido. Era su costumbre, cuando estaba furioso. De nuevo, ella se dio la vuelta llorando y con su corazoncito destrozado por sus reiterados desencuentros. Ella que era lenta en su aprendizaje sobre él, no lo comprendió hasta él día siguiente -siempre creía entenderlo, aunque no le hablara, pero solo al siguiente, cuando ya parecía ser demasiado para él, probablemente, porque ya estaba harto de que jamás lo entendiera con solo mirarle a la cara, tal como parecía conseguir él. Pero él era él, y ella, era ella. No podían, ni tenían porqué actuar i pensar de la misma manera. Comprendió que no debía haber insistido, porque él quiso darle a entender que no era ese el momento adecuado. Así que, -por no entenderle, una vez más- seguramente, en vez de disminuir la frustración de su amado, se la incrementó.
Se pasó varios días llorando desconsoladamente, por su falta de tacto, y de compresión hacia los mensajes, los deseos, las necesidades de él...Luego tomó una decisión dolorosa, pero, que consideró un importante e ignorado acto de amor- de lejarse de él. QPara poder comprender mejor, olvidar lo que había pasado, y analizar lo sucedido con calma.
Un día ella quiso saber la opinión de otro hombre. Se lo contó a un buen amigo suyo, y este, para sorpresa de lo que ella esperaba -ya que a las pocas mujeres a las que les había pedido consejo antes, le habían dicho todo lo contrario- le contestó: “La clave de tu felicidad está en tus manos. Olvídate de volver a pensar "¿qué piensa él?" Tu nunca podrás saber lo que otra persona piensa a menos que esta te lo diga... Y hasta ahora él no te ha dicho nada de lo que tu quieres saber. No son más que son conjeturas tuyas y te estás haciendo mucho daño a ti misma. Busca la felicidad dentro de ti y no en él. No dejes de ser tú. Permite que vuelva a aflorar a tus labios tu hermosa sonrisa. Déjate llevar por el amor que sientes...Debes dejar de ser tan dura contigo misma y si llega el momento, ¡dejarte querer!... No seas tu peor enemigo, porque lo estás siendo. Cree en tu propio poder, como ese ser único y extraordinario que hay dentro de ti...entonces, y solo entonces, obtendrás el amor de quien tu quieras...¡Mira, te regalo bonito este corazón partido. Lo he hecho para ti! En él, en una aprte he grabado tu inicail, en la otra la suya. Conserva, de momento, ambas partes. Siéntete feliz contigo misma...no tengas prisa, ni te angusties por nada. Solo debes volver a confiar en tí misma. Solo así conseguirás darle a tu amado tu inical...y, si sigues creyendo firmemente en ti... la primera noche en la que estéis juntos podréis unir las dos partes de este corazón y formar uno solo”.
Colgó de su bolso aquel precioso corazoncito rojo, amarillo, verde y blanco. Se propuso creer lo que su amigo le había dicho, porque era lo que en aquel momento necesitaba escuchar de alguien, para recobrar su perdida autoestima.
A la mañana siguiente había desaparecido la sensación de ansiedad, que el miedo a ser rechazada, le había provocado hasta entonces. Se liberó de un gran peso, y dio un gran paso para volver a encontrarse a si misma. Se dejó invadir por la alegría y la esperanza...
Madrid 12/04/2009 1:17:00
Pero todo lo que se había propuesto,
le resultaba más fácil de pensar
que de conseguir,
porque había seguido pensando más en él
que en ella...
Así que, se decidó tomarse varios días de meditación,
y de voluntaria ausencia en cualquier parte donde pudiera encontrárse con él.
Durante ellos no lloró, cantó, cantó con Leonard Cohen el album "Live in London", bailó escuchando su maravillosa voz, memorizó "Danceme To The End of Love", pensó poco, durmió mucho, contempló el cielo, paseó, hizo turismo, vió cine, comtempló el paisaje, se impregnó de los olores primaverales, escuchó los sonidos de la naturaleza, se relajó caminando en la oscuridad bajo la lluvia -algo que siempre le había encantado- respiró hondo,... y por fin, llegó a estas dos conclusiones:
Nadie que no se sienta feliz consigo mismo puede hacer feliz a otra persona y comprendió que su mayor problema, era que "amaba tan profunda y tontamente,
que se había olvidado de seguir siendo ella misma.".
¡Y eso no podía ser!
Así que otro día se dijo:
"¿Por qué aún no he conseguido regresar a mi positividad?"
Y pensó, intentando razonar:
"Si él me amase, me lo demostraría algún día ¿no?.
Y si no lo hiciera, es que no me ama,
o al menos,
no lo suficiente como poder para hacerme feliz...
¿Entonces de qué me preocupo?
Y si él no me amase como yo necesito...
O no quiere,
O no puede,
O no sabe...
¿Podría conseguir que lo hiciera angustiándome?
No
¿Conseguiría entregarle mi amor,
en caso de conseguir el suyo,
si estoy triste?
¡No, claro que no!".
Lo asumió.
Dejó de tener pesadillas despierta.
Trató de ser feliz,
ya bien saliera el sol,
nevara o lloviera,
y pasara lo que pasara.
Se propuso firmemente recobrar su espíritu perdido
-Algo que jamás había conseguido hacer por ella misma,
pero sí por amor-
y sabía que pronto lo conseguiría,
porque su pequeño cuerpo,
tenía férrea voluntad
para todo le que se propusiera.
Se regaló los dos marcadores.
Los guardó con ternura
en el libro que estaba leyendo.
Y dejó de preocuparse
por si sería "sí",
o si sería "no".
Actualizado: Madrid, 16/04/2009 11:42:19
Un día ella se sintió enferma. Tuvo que ir a comprar un jarabe de hierbas para la tos. Al regresar, de vuelta a casa, donde nadie la esperaba. Él estaba en el camino, como aguardándola preocupado. A ella le gustó pensar que él -que estaba entretenido leyendo un folleto entre sus manos- había salido a su encuentro porque quería saber lo grave que se encontraba, o para socorrerla en caso de que se desmayara. Rápidamente imaginó ella que se desvanecía..y que él había corrido a sujetarla. Que había tomado tiernamente, en sus fuertes brazos, su pálido y febril cuerpo, y que besándola con dulzura, la ceñía fuertemente contra su pecho...susurándole “No te mueras...que te necesito , mi amor”. Pero nada de eso ocurrió en realidad. Al cruzar ella hacia su casa, a punto de desmayarse por la debilidad de varios días en cama y la emoción del encuentro, le vio alejarse, como indiferente, en dirección opuesta.
Otro día, él se convirtió en su héroe. Gritó porque, con solo con mirarla, se dio cuenta que ella temía que un perro cercano la atacara. ¡Se sintio tan feliz de que la entendiera hasta tal punto! Necesitó darle las gracias de algún modo. Le haría un bonito regalo, como detalle. Dedujo que a él le gustaría tener una hermosa foto suya. Buscó una antigua, en ella se veía muy linda, con solo 20 años, vistiendo un precioso kimono de cermonia de color rosado. Se pasó una tarde entera componiendo el fondo de la imagen. La llevó a imprimir en color, y en blanco y negro, para que él pudiera eligir la que más le gustara. Mandó plastificar ambas imágenes. Compró un largo un cordón rojo. Agujereó la parte alta. Introdujo el cordón y lo ató para rematar la cabecera. Resultó ser un personalizado marcador para libros, cuyo acabado le gustaba. Arriba en caracteres japoneses le escribió: "arigato" (Gracias) y abajo, en los mismos caracteres y en alfabeto occidental, para que él pudiera leerlo, "aishiteru" (Te amo). Luego, se empeñó en lo más arduo: ser capaz de vencer su timidez y entregarle su preciado regalito.
Durante el paseo que ella hacía aquella misma tarde-noche se lo encontró de frente. Ella quiso creer que le había salido al paso y que esperaba que le diera las gracias. La enorme turbación de ella sentía hizo que ella no pudiera mirarle de frente, y solo esbozara una leve sonrisa, y de que solo se sintiera capaz de hecharle una alegre mirada de soslayo al rebasarlo, mientras escasamente emitía un “Hasta luego” que él seguramente no logró -para desdicha de ella- advertir. El corazón le latía tan fuerte que le hizo un nudo en la garganta. Aún así, se alejó considerándose la más afortunada de las criaturas. Sintió no llevar encima su marcador. Así que, aún le quedaba por hacer otro embarazoso intento, el de entregarselo y darle las gracias.
Los día siguientes ella lloró todo el día amarga y desconsoladamente. Dolida, por haber sido incapaz de pararse para hablarle más durante aquel breve encuentro. Era muy infeliz, adivinando que había frustrado a su amado y héroe, y que este ya la estaría maldiciendola y odiandola, para siempre, por su ingratitud.
Al medio día siguiente ella le esperó en un banco del paseo sentada bajo un frondoso árbol. Le siguió con la mirada ir y regresar, para luego detenerse durante un tiempo enfrente a ella a lo lejos. Ella se figuró que articulaba estas palabras: “Ven ahora. Si quieres, puedes. Te espero a tí”. Pero rápido recapacitó y se dio cuenta de que todo aquello no podía ser más que el fruto de su alocada doñajuanesca atración y amor por él. Ya que lo último que él le había gritado -un día que ella se le había acercado para explicarle algo que le atañía a ambos.: "¡No me sigas, no te acerques. Si vuelves a hacerlo tomaré medidas!" . Y de eso hacía tan solo un mes. Entonces estaba lleno de furia, o de miedo o como enloquecido contra ella -desconociendo todavía esta vez el porqué- como si la odiara profundamente. Aunque a quellas frases suyas le resultaron entonces, a ella teatrales, y no consiguieron asustarla- pero construyeron, de nuevo, -tal como ya le había contado hacía tiempo a su mejor amiga, en otra ocasión, en la ya le la había sucedido con él algo muy parecido- una barrera disuasoria en la mente de ella, que le costaba mucho rebasar. Así que se quedó pegada en su asiento, mientras las lágrimas de su impotencia surcaban su pálido y demacrado rostro.
Aún, con todo, alentada por su amor hacia él, armada de generosidad, y, sobre todo, pensando en que él pudiera aliviar su frustración, ideó encontrárselo en el paseo de la tarde-noche. Tomó los dos marcadores y se propuso entregárselos. Se toparon cara cara de nuevo. Ella consiguió vencer su timidez. Pero cuando él la vio se dio la vuelta. Aunque ella insistió en aprovechar su instante de valor... Y con un esfuerzo sobrehumano, para poder sacarse la voz, trató sin resultado, una vez más, que él la escuchara: “Quiero darte las gracias por lo del perro” le dijo sacando sus marcadores, que él ni vio, por estar ya alejándose de ella, como si una diminuta mariposa pudiera atacar a un enorme elefante gris. Él la ignoró. No la miró. Siguió adelante, como si nada hubiese visto ni oido. Era su costumbre, cuando estaba furioso. De nuevo, ella se dio la vuelta llorando y con su corazoncito destrozado por sus reiterados desencuentros. Ella que era lenta en su aprendizaje sobre él, no lo comprendió hasta él día siguiente -siempre creía entenderlo, aunque no le hablara, pero solo al siguiente, cuando ya parecía ser demasiado para él, probablemente, porque ya estaba harto de que jamás lo entendiera con solo mirarle a la cara, tal como parecía conseguir él. Pero él era él, y ella, era ella. No podían, ni tenían porqué actuar i pensar de la misma manera. Comprendió que no debía haber insistido, porque él quiso darle a entender que no era ese el momento adecuado. Así que, -por no entenderle, una vez más- seguramente, en vez de disminuir la frustración de su amado, se la incrementó.
Se pasó varios días llorando desconsoladamente, por su falta de tacto, y de compresión hacia los mensajes, los deseos, las necesidades de él...Luego tomó una decisión dolorosa, pero, que consideró un importante e ignorado acto de amor- de lejarse de él. QPara poder comprender mejor, olvidar lo que había pasado, y analizar lo sucedido con calma.
Un día ella quiso saber la opinión de otro hombre. Se lo contó a un buen amigo suyo, y este, para sorpresa de lo que ella esperaba -ya que a las pocas mujeres a las que les había pedido consejo antes, le habían dicho todo lo contrario- le contestó: “La clave de tu felicidad está en tus manos. Olvídate de volver a pensar "¿qué piensa él?" Tu nunca podrás saber lo que otra persona piensa a menos que esta te lo diga... Y hasta ahora él no te ha dicho nada de lo que tu quieres saber. No son más que son conjeturas tuyas y te estás haciendo mucho daño a ti misma. Busca la felicidad dentro de ti y no en él. No dejes de ser tú. Permite que vuelva a aflorar a tus labios tu hermosa sonrisa. Déjate llevar por el amor que sientes...Debes dejar de ser tan dura contigo misma y si llega el momento, ¡dejarte querer!... No seas tu peor enemigo, porque lo estás siendo. Cree en tu propio poder, como ese ser único y extraordinario que hay dentro de ti...entonces, y solo entonces, obtendrás el amor de quien tu quieras...¡Mira, te regalo bonito este corazón partido. Lo he hecho para ti! En él, en una aprte he grabado tu inicail, en la otra la suya. Conserva, de momento, ambas partes. Siéntete feliz contigo misma...no tengas prisa, ni te angusties por nada. Solo debes volver a confiar en tí misma. Solo así conseguirás darle a tu amado tu inical...y, si sigues creyendo firmemente en ti... la primera noche en la que estéis juntos podréis unir las dos partes de este corazón y formar uno solo”.
Colgó de su bolso aquel precioso corazoncito rojo, amarillo, verde y blanco. Se propuso creer lo que su amigo le había dicho, porque era lo que en aquel momento necesitaba escuchar de alguien, para recobrar su perdida autoestima.
A la mañana siguiente había desaparecido la sensación de ansiedad, que el miedo a ser rechazada, le había provocado hasta entonces. Se liberó de un gran peso, y dio un gran paso para volver a encontrarse a si misma. Se dejó invadir por la alegría y la esperanza...
Madrid 12/04/2009 1:17:00
Pero todo lo que se había propuesto,
le resultaba más fácil de pensar
que de conseguir,
porque había seguido pensando más en él
que en ella...
Así que, se decidó tomarse varios días de meditación,
y de voluntaria ausencia en cualquier parte donde pudiera encontrárse con él.
Durante ellos no lloró, cantó, cantó con Leonard Cohen el album "Live in London", bailó escuchando su maravillosa voz, memorizó "Danceme To The End of Love", pensó poco, durmió mucho, contempló el cielo, paseó, hizo turismo, vió cine, comtempló el paisaje, se impregnó de los olores primaverales, escuchó los sonidos de la naturaleza, se relajó caminando en la oscuridad bajo la lluvia -algo que siempre le había encantado- respiró hondo,... y por fin, llegó a estas dos conclusiones:
Nadie que no se sienta feliz consigo mismo puede hacer feliz a otra persona y comprendió que su mayor problema, era que "amaba tan profunda y tontamente,
que se había olvidado de seguir siendo ella misma.".
¡Y eso no podía ser!
Así que otro día se dijo:
"¿Por qué aún no he conseguido regresar a mi positividad?"
Y pensó, intentando razonar:
"Si él me amase, me lo demostraría algún día ¿no?.
Y si no lo hiciera, es que no me ama,
o al menos,
no lo suficiente como poder para hacerme feliz...
¿Entonces de qué me preocupo?
Y si él no me amase como yo necesito...
O no quiere,
O no puede,
O no sabe...
¿Podría conseguir que lo hiciera angustiándome?
No
¿Conseguiría entregarle mi amor,
en caso de conseguir el suyo,
si estoy triste?
¡No, claro que no!".
Lo asumió.
Dejó de tener pesadillas despierta.
Trató de ser feliz,
ya bien saliera el sol,
nevara o lloviera,
y pasara lo que pasara.
Se propuso firmemente recobrar su espíritu perdido
-Algo que jamás había conseguido hacer por ella misma,
pero sí por amor-
y sabía que pronto lo conseguiría,
porque su pequeño cuerpo,
tenía férrea voluntad
para todo le que se propusiera.
Se regaló los dos marcadores.
Los guardó con ternura
en el libro que estaba leyendo.
Y dejó de preocuparse
por si sería "sí",
o si sería "no".
Actualizado: Madrid, 16/04/2009 11:42:19
jueves, 19 de febrero de 2009
CUENTO: El miedo
Ella no sabía como decirle que era una asesina. Había dado muerte a su antiguo amante y que temía matarlo a él también. Lo amaba profundamente, pero no podía permitir que su amor volviera a matar. Ella no había usado venenos, ni armas, ni violencia; si nocturnidad, pero nunca alevosía. No le quedó la menor duda de su culpabilidad, cuando en el día del entierro, alguien le gritó: “¡Tu lo mataste!” Si, ella estaba segura de que había acabado con su frágil órgano cardiaco. Porque cuando él se le acercaba este se aceleraba o daba trompicones, de tal manera, que barruntaba detenerse de un momento a otro. Y ante su sonrisa él solía repetirle: “Tu boca me hechiza, me enerva. ¿Es que no te enteras de que puedes matarme o volverme loco cuando me sonríes así?”. Por eso, había tratado, por todos los medios, de no volver a enamorarse. Para no cometer otro asesinato. Quiso impedir la muerte de su amado. Había reprimido al máximo su pasión por él, pero eso lo había vuelto más loco aún ¿Cómo podría haber evitado que él la deseara con solo mirarla o al rozarla? Ella había tratado de reducir sus encuentros amorosos. Siempre la había aterrado el hecho de que su corazón fallara estando en sus brazos. Eso la convirtió en más monstruosa si cabe. (** PÁRRAFO OMITIDO**) Ya en coma, cuando ella le hablaba o le tocaba, sus constantes vitales, casi planas, se convertían en aterradoras montañas. Por eso la ponían enferma los hospitales, se mareaba ante las jeringuillas, no quería ver doctores ni en película... y su cerebro la protegió con un extraño mecanismo de defensa que le impedía recordar sus sueños.
¿Cómo podría advertir ahora a su amado que ella podía ser peligrosa para él, para su corazón...que temía matarle a él también? ¿Como podría decirle? “¡Siento pánico de que dejes de existir por amarme!”.
Madrid, 19/02/2009 13:48:42
En honor a Toñi, mi fiel seguidora, añado el párrafo que había omitido en el cuento, por considerarlo algo escabroso:
** Él era un maldito, embrujado por ella, que aún en la ICU deseaba poseerla. Y aquella fue la única vez que ella había sido capaz de negarse a ser suya. **
Besos, Toñi.
Añadido en Madrid, 20, febrero, 2009, 10:30
lunes, 26 de enero de 2009
CUENTO: Habitada
Ella sentía cómo su pasión se acrecentaba y la iba consumiendo. Ni la comida le entraba, a pesar de sus grandes esfuerzos por probar bocado. Su energía provenía del aire que respiraba, que a veces era incluso escaso, porque no le llegaba a lo más hondo, aunque con esfuerzos lo intentara. Lenta y segura se iba quedando sin los pocos kilos que recubrían su esqueleto. Quería dar tiempo a su amado, no agobiarle, respetar sus cadencia amorosa, esperar a que él estuviera preparado para abandonar su cueva. Eso decían los manuales de los expertos en psicología del amor, y ella trataba de ser una alumna aventajada. Repasaba una y otra vez “Los hombres son de Marte, y las mujeres de Venus” de John Gray, que parecía ser una eminencia en cómo debían comportarse las mujeres enamoradas, para no herir al hombre amado. Necesitaba estar preparada, y saber porqué el hacía esto o lo otro, y cómo ella debía interpretarlo. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué quería decir con lo otro? No quería fallarle porque él se había convertido en más importante para ella, que ella misma...De noche, sin poder conciliar el sueño. Repasaba el día y el instante del último encuentro de ambos. Recordaba todos los detalles al milímetro, a la milésima de milímetro...que una y otra vez volvían a su memoria, hasta que ¡por fin! amanecía. Su cerebro se había agudizado en todos los detalles referentes a él. Durante el día, más que caminar erraba. Porque no sabía qué tenía qué hacer, que iba a hacer, a dónde ir, ni a qué hora, porqué estaba allí, qué objeto necesitaba, para qué lo necesitaba...qué objeto tenía aquel objeto...¿qué sentido tenía nada...si TODO ya era él?
Solo contaba la hora en la que se aproximaba el tiempo de verle regresar de su trabajo a través de la celosía. Y le aguardaba...a veces quedándose helada con el cristal corrido a bajas temperaturas. Si lo veía aparecer su corazón tintineaba lleno de regocijo...si no lograba verlo...porque él se había adelantado a la hora prevista, era presa de una profunda tristeza, que no se iba hasta que volvía a tener la suerte de volver a verle en algún momento, instante, de cualquier manera, a cualquier hora. Los lunes eran horrendos. No sabía si debía salir a pasear y encontrárselo, o si eso le agobiaría a él y haría que se aburriese de verla tan a menudo. Parecidos eran los martes y los miércoles. Los jueves se iba animando, porque era el día previo al viernes. Los sábados y los domingos eran maravillosos porque en algún minuto de aquellos dos días existía la posibilidad de poder verle de alguna forma...¡Quería estar diferente, hermosa Y bonita! ¡Que no hubiese otra más atractiva ante sus ojos que ella! ¡Qué maravilloso martirio! ¡Sentirse así, poseída, invadida, habitada! Él se iba apoderando de ella, ocupándola y arropándola al igual que la vid se enreda en el parral. Notaba cómo su capacidad de raciocinio iba disminuyendo paulatinamente, a medida que aumentaba su poder de sentir...Sobre todo sentirle en sus breves encuentros de miradas furtivas...porque las palabras se habían convertido en imposibles de emitir. Se quedaban allí, atenazadas en la garganta, atrapadas por los latidos de ambos corazones que gritaban al unísono, enmudecidos para el resto del mundo, con fuerza de las olas rompiendo contra el malecón en un día de mar embravecido. Breves tropiezos en los que tiempo se detenía...la naturaleza enmudecía, dejando sus cuerpos ardientes presos de un invisible circulo de pasión.
Ya nada la podía consolar, si no era la imagen de su amado...que se hacía más necesaria y frecuente su demanda... y el mayor de los desasosiegos su ausencia.
Solo un “Hola” emitido por él tenían más valor para ella más que todo el oro o las piedras preciosas del mundo ...
¿Qué no habría ella dado por un beso suyo, una caricia de sus manos o un “te quiero”?
Madrid 26/01/2009 13:27:27
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Berta-Isabel Cuadrado Alvarez,
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