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jueves, 23 de abril de 2015

El placer de aprender a leer


Tomada el 28 de marzo de 2015, día de mi 60 cumpleaños. Pili es la alta, detrás de mi; Trini, la que se ve a la izquierda; le seguimos Isabel, Cecilia, yo y Josefina. Gracias por la cesta de flores.


Dedico este escrito a mis alumnas y amigas, en especial a Pili y Trinidad.



Pilar me dijo un día al oído, en secreto y medio avergonzada:    “Si un día das clase de alfabetización me apunto”.  Eso fue a comienzos del año 2014. Aquello se me quedó grabado, porque me sorprendió, que  en pleno siglo XXI, en España aún hubiera mujeres que no puedan leer o escribir, o que puedan leer  los caracteres sin comprender el mensaje, o que duden a la hora de elegir qué letra del alfabeto corresponde al sonido que oyen.


Después de las Navidades de 2015 comenzamos con las clases. Solo las tenemos los sábados. Dedicamos una hora a la alfabetización y una hora y media al manejo del PC. A alfabetización vienen dos alumnas, y a la siguiente, ellas dos más otras cuatro.


No hemos tenido clase algunos sábados, por puentes, debido a las fiestas, etc. Pero han aprovechado muy bien el tiempo.


Pilar empezó el curso sola. Temerosa de no escribir correctamente… Comenzamos con un breve dictado cada día. Luego una breve lectura de un libro para niños, “La paloma azul” de J. Luis Olaizola.  El primer día solo leímos la primera página de “La cacería”. Le costaba mucho hilvanar las letras para formar las palabras. Su lectura le tomó mucho tiempo y esfuerzo. Al final le pregunté “¿Qué recuerdas de lo leído?”. “Nada”, me dijo, “estoy tan pendiente de las letras que no me entero de lo que leo. No entiendo nada “.  “Vale. Ahora escúchame a mí.”, le dije, ” Te lo voy a leer yo y luego me dices si ya sabes de qué va la historia”. Mientras yo iba leyendo la observaba y me di cuenta de que sus ojos apagados tomaban un brillo especial de complacencia a medida que iba escuchando. Yo podía ver, a través de aquellas ventanitas que dejan translucir el fondo de su alma, que su cerebro asimilaba, mientras estaría creando en su mente imágenes  que antes no había percibido en aquella lectura. Dio un suspiro profundo cuando terminé y me comentó “Madre mía, qué distinto…¡qué bonito! Ahora lo entiendo. Es que cuando tú has leído es como si yo lo viera en mi cabeza, pero antes no… “ . “Vale. Ahora te lo voy a leer de nuevo. Y luego te pediré que me resumas lo que has escuchado. A ver qué tal”.  “¡Uf, con la mala memoria que tengo…!”, se quejó. Estuvo ensimismada durante mi segunda lectura, pero –para mi sorpresa-  fue capaz de contarme la mayor parte del relato.


Si yo le leía, ella lo captaba. Era capaz de asimilarlo y memorizarlo. Me pareció algo maravilloso.


“Bien. Ahora tú vas a ser capaz de leer como lo hago yo. Encontrando significado a lo que lees. Para ello debemos tener paciencia y lo haremos como un ejercicio obligatorio, hasta que seas capaz de leer frases completas que entiendas”. “Me parece muy bien”, aceptó llena de ilusión.


“Vas a comenzar aquí y hasta donde veamos que hay una pausa: una coma, un punto o un punto y coma. Estas pausas indican que debemos respirar hondo antes de seguir leyendo, para poder comprender lo que el escritor quiere decirnos ¿vale? Por eso no podemos saltarnos ninguna. ¡Eso es muy importante! O no entenderemos nada. Tampoco podemos separar las palabras, hay que leerlas de corrido… bueno…entonces, ahora pones el dedo índice al principio de la primera frase y con el de la mano izquierda marcas la primera pausa. El punto donde te tienes que parar a respirar hondo.”


Comenzó dubitativa… ” Huuu-bo un ti-empo en que Pisca vi -via  con su pa-dre su ma-dre”. “¡No! Te has pasado de la pausa y hay una palabra que has leído mal. Vuelve al principio…” Y releyó “Pisca” cuatro o cinco veces más, en vez de “PRISca”.  Pero luego ya no se pasaba de la coma. “Mira, VIVÍA, aquí hay una tilde que es un símbolo que quiere decir que debes leer la “Í” más fuerte para que suene bien.  “¡Uf, es que yo esto de los acentos, no sé…!”. “Sabrás, sabrás. No te preocupes… Vamos con la siguiente frase.”  Nos pasamos media hora con las tres primeras frases del libro. Repitiendo y repitiendo. Al final estaba muy cansada, pero dijo “Yo creo que ahora ya sé cómo lo tengo que hacer. Voy a ver si soy capaz, yo sola, en casa, de leer algo. Pero me resulta muy, muy difícil, porque me canso mucho. Mira yo no he leído nunca. Nunca me ha gustado. ¡Como nunca he entendido nada de lo que leía! … pues yo no le he encontrado el gusto a esto de leer”.


Durante las dos o tres clases siguientes seguimos con la lectura de forma similar.


Después de terminar la lectura de la primera página, le puse, como deberes, escribir una descripción su casa de pequeña.


No volvimos a hablar de la lectura. Solo la practicábamos.


Al cabo de un mes Trini se unió a la clase con Pili. Cuando comenzamos a practicar la lectura, Pili le comentó: “Al principio yo no entendía ni papa tampoco, pero he empezado un librito de mi hija, de cuando era pequeña…¡y me está gustando!”. “¡Vaya, Pili, no sabía que estabas leyendo en casa!", me sorprendí. “Sí, es que mi hija me dijo "“mira mamá, este libro lo leí en el cole y me gustó mucho, seguro que te resulta fácil!"”… y la verdad es que lo estoy pasando muy bien. Leo antes de dormirme, y me encanta, porque es un libro con muchas aventuras de niños de una escuela en distintos sitios donde van de vacaciones. Ahora están en un campamento de verano. Hacen cosas muy divertidas que yo nunca hice, y me lo paso muy bien!”.


Al cabo de unas clases Pili le había dejado otro libro de su hija a Trini, y ambas siguen enzarzadas en sus respectivas lecturas.


Tal vez es presunción mía pero las encuentro más felices, en general, y también cuando llegan a clase. Son muy trabajadoras. Están muy motivadas por aprender. Todo lo que les pido les parece correcto. Ahora hemos comenzado por la ortografía de la “b” y la “v”… y lo están haciendo muy bien.


Ambas me están haciendo muy feliz. Gracias a las dos por querer ser mis alumnas y por todo lo que me estáis enseñando.