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jueves, 17 de julio de 2008

REFLEXIONES: Dehesas revisitada.











Dehesas se extiende adormecida junto a la vereda del Sil aurífero y, abrazada por milenarias montañas bercianas, oculta su belleza exhuberante entre frondosas choperas.


Hacía cinco años que no iba a mi pueblo natal -Dehesas- , no porque no me guste, sino porque opté por no seguir haciéndome daño con algo que era irreparable.

Me alegro me haber superado y liberado de ese profundo sufrimiento, que me había durado tantos años, al ver a seres tan amados para mí -como mi madre y mi difunto esposo, entre otros- atrapados bajo la frialdad de una lápida. Mi madre falleció el 2 de febrero de 1987, y cuando aún no había superado el hecho de haber perdido su presencia física –que no espiritual- sobrevino el fallecimiento de Vicente, el 2 de julio de 1994. Todo el mundo dice que teniendo dos hijos todo es más llevadero...Para mí los seres que se han cruzado en mi vida, y han dejado su huella en ella , de alguna manera, permanecen adormilados en el recuerdo. Todos, en algún momento, me son necesarios. Ningún sentimiento es equiparable a otro, aunque sí superable, al igual que todos los seres humanos somos diferentes y únicos.

En este viaje he tenido hermosas experiencias que creo que provienen de una nueva visión personal del mundo que me rodea.

He disfrutado de la belleza del cielo de Castilla después de una tormenta. Me paré a recorrer detenidamente, desde la ventanilla del autocar, las nubes blanquecinas hinchadas, y a ver más allá de sus mágicas figuras de ensoñación, sobre un cielo de azul profundo y brillante. ¡Me encanta el color del cielo español!

Caminé desde la casa de mis primos hacia la de Elena – la mejor amiga de mi madre- por el viejo camino – ahora asfaltado – que me llevó hasta las viejas escuelas – ahora sólo esqueléticas y esperando un nuevo destino. Sentí los olores provenientes de la espesura formada por las zarzamoras, los helechos y un gran entramado de matorral frondoso...- que me traían envueltos recuerdos de mi niñez. Me dejé arrullar por la suave brisa que agitaba los chopos -produciendo sonidos que siempre habían sido de inquietud y temor para mí- ahora me parecieron sólo lo que son – la música de la naturaleza que nos acompaña en nuestros paseos por el campo.

Me alegré de ver que Elena también – después de haber perdido a sus dos hijos y a su mejor amiga, mi madre- se ha recuperado. Ahora es sabia, calmada, ha vuelto a ser alegre, y sigue siendo la persona más generosa y comprensiva que he conocido. No me preguntó: ‘¿Porqué no has venido en tanto tiempo?’ Yo le agradecí su largo abrazo cálido y silencioso. Luego me dijo: ‘Déjame que me cambie, y si quieres vamos al cementerio’. Ella ha heredado el espíritu de esas mujeres que están firmemente asentadas en la tierra, que siempre están ahí cuando tú las necesitas...que sustituyen a las madres, a las esposas, a las hijas y a las amigas cuando ellas se van para siempre. Su olor me trajo a la memoria el regazo materno, donde nada me faltaba.

Presencié el grave deterioro al que mi tío Alonso, de 85 años, está siendo sometido por su Alzheimer y su Parkinson, y junto con él la terrible depresión de mi tierna y paciente tía Aurora – y la que comprensiblemente se le está acabando la paciencia. Me gustó ver como mi primo Leoncio recoge a su padre en su coche para llevarlo a recorrer el Bierzo cada mañana de domingo. Creo que es un detalle que demuestra su valor como hijo y como ser humano. Disfruté de las aventuras de mi tío, en su Centro de Día, detalladas con gracia por mi prima Choni, y de cómo un hombre que apenas pudo ir a la escuela, ahora ha encontrado el maravilloso estímulo del aprendizaje en los ejercicios sencillos de un bebé de guardería. ¡Ah...y no quiere volver a casa sin terminar sus tareas! ¿No es fantástico?

Dormímos – mi hijo y yo – en las antiguas camas heredadas por mi madre, en la parte más alta de la casa de mis primos, desde donde se divisan mejor las perennes montañas del Bierzo...a las que llevo grabadas en mi retina, vaya donde vaya...

Recorrimos el Barrio de Abajo, encontrando a las antiguas amigas de mi madre, repitiéndome la eterna cantinela: ‘¡Ay, eres Isabelita...cuanto tiempo! ¡Estás como siempre!

Las novedades incluyeron: quien había muerto en estos años, pocas bodas de gente que ya no conozco, el cambio de la Cruz donde se junta el Concejo, y el enfado de Elena porque trasladaron la fiesta de San Pedro y este año no se celebró – como siempre- en el Campo sino cerca de la discoteca, porque según ella: ‘¡Ya no hay respeto a nada..el dinero manda, querida!¡ Pero a mí no me la dan!...Mira, aún así..¡varias personas vinieron a comer mi rosca!’ Y , hay que reconocer los poderes misteriosos de su rosca – una vez que la pruebas ya estás enganchada a ella...¡para siempre!

Dehesas en un hermoso pueblo para nacer, vivir y dormir el sueño eterno. No me extrañó cuando la primera vez que Vicente llegó él me dijera: ‘Berta-Isabel, por favor, cuando me muera tráeme aquí. Me gustaría estar aquí para siempre. Esto es tan hermoso, tranquilo..¡y todo huele tan bien!’ Espero que esté feliz por eso...Ahora – dejada atrás la impotencia y la desesperación, quiero emprender un nuevo sendero. Me siento bien de que mi pueblo acoja y conserve la memoria de mis seres queridos.

Madrid, 17 de julio de 2008