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jueves, 16 de abril de 2009

Cuento japones - El marcador

Ella lo necesitaba como el verano al agua. No podía dejar de creer que él la amaba. Así que imaginó que cada movimiento que él hacía era en torno suyo. Le gustaba pensar que en sus paseos él salía para encontrarla. Y quería que siempre mirara para el lado donde ella estaba. Le gustaba pensar que era porque a él le encantaba verla. Que le parecía frágil, hermosa, delicada, llena de vida y de amor por él. Eso le llenaba de alegría a diario. Hacía que se sintiera bonita, deseada, amada...Le alegraba el corazón y le daba un motivo importante para hacerle la vida más agradable.

Un día ella se sintió enferma. Tuvo que ir a comprar un jarabe de hierbas para la tos. Al regresar, de vuelta a casa, donde nadie la esperaba. Él estaba en el camino, como aguardándola preocupado. A ella le gustó pensar que él -que estaba entretenido leyendo un folleto entre sus manos- había salido a su encuentro porque quería saber lo grave que se encontraba, o para socorrerla en caso de que se desmayara. Rápidamente imaginó ella que se desvanecía..y que él había corrido a sujetarla. Que había tomado tiernamente, en sus fuertes brazos, su pálido y febril cuerpo, y que besándola con dulzura, la ceñía fuertemente contra su pecho...susurándole “No te mueras...que te necesito , mi amor”. Pero nada de eso ocurrió en realidad. Al cruzar ella hacia su casa, a punto de desmayarse por la debilidad de varios días en cama y la emoción del encuentro, le vio alejarse, como indiferente, en dirección opuesta.

Otro día, él se convirtió en su héroe. Gritó porque, con solo con mirarla, se dio cuenta que ella temía que un perro cercano la atacara. ¡Se sintio tan feliz de que la entendiera hasta tal punto! Necesitó darle las gracias de algún modo. Le haría un bonito regalo, como detalle. Dedujo que a él le gustaría tener una hermosa foto suya. Buscó una antigua, en ella se veía muy linda, con solo 20 años, vistiendo un precioso kimono de cermonia de color rosado. Se pasó una tarde entera componiendo el fondo de la imagen. La llevó a imprimir en color, y en blanco y negro, para que él pudiera eligir la que más le gustara. Mandó plastificar ambas imágenes. Compró un largo un cordón rojo. Agujereó la parte alta. Introdujo el cordón y lo ató para rematar la cabecera. Resultó ser un personalizado marcador para libros, cuyo acabado le gustaba. Arriba en caracteres japoneses le escribió: "arigato" (Gracias) y abajo, en los mismos caracteres y en alfabeto occidental, para que él pudiera leerlo, "aishiteru" (Te amo). Luego, se empeñó en lo más arduo: ser capaz de vencer su timidez y entregarle su preciado regalito.

Durante el paseo que ella hacía aquella misma tarde-noche se lo encontró de frente. Ella quiso creer que le había salido al paso y que esperaba que le diera las gracias. La enorme turbación de ella sentía hizo que ella no pudiera mirarle de frente, y solo esbozara una leve sonrisa, y de que solo se sintiera capaz de hecharle una alegre mirada de soslayo al rebasarlo, mientras escasamente emitía un “Hasta luego” que él seguramente no logró -para desdicha de ella- advertir. El corazón le latía tan fuerte que le hizo un nudo en la garganta. Aún así, se alejó considerándose la más afortunada de las criaturas. Sintió no llevar encima su marcador. Así que, aún le quedaba por hacer otro embarazoso intento, el de entregarselo y darle las gracias.

Los día siguientes ella lloró todo el día amarga y desconsoladamente. Dolida, por haber sido incapaz de pararse para hablarle más durante aquel breve encuentro. Era muy infeliz, adivinando que había frustrado a su amado y héroe, y que este ya la estaría maldiciendola y odiandola, para siempre, por su ingratitud.

Al medio día siguiente ella le esperó en un banco del paseo sentada bajo un frondoso árbol. Le siguió con la mirada ir y regresar, para luego detenerse durante un tiempo enfrente a ella a lo lejos. Ella se figuró que articulaba estas palabras: “Ven ahora. Si quieres, puedes. Te espero a tí”. Pero rápido recapacitó y se dio cuenta de que todo aquello no podía ser más que el fruto de su alocada doñajuanesca atración y amor por él. Ya que lo último que él le había gritado -un día que ella se le había acercado para explicarle algo que le atañía a ambos.: "¡No me sigas, no te acerques. Si vuelves a hacerlo tomaré medidas!" . Y de eso hacía tan solo un mes. Entonces estaba lleno de furia, o de miedo o como enloquecido contra ella -desconociendo todavía esta vez el porqué- como si la odiara profundamente. Aunque a quellas frases suyas le resultaron entonces, a ella teatrales, y no consiguieron asustarla- pero construyeron, de nuevo, -tal como ya le había contado hacía tiempo a su mejor amiga, en otra ocasión, en la ya le la había sucedido con él algo muy parecido- una barrera disuasoria en la mente de ella, que le costaba mucho rebasar. Así que se quedó pegada en su asiento, mientras las lágrimas de su impotencia surcaban su pálido y demacrado rostro.

Aún, con todo, alentada por su amor hacia él, armada de generosidad, y, sobre todo, pensando en que él pudiera aliviar su frustración, ideó encontrárselo en el paseo de la tarde-noche. Tomó los dos marcadores y se propuso entregárselos. Se toparon cara cara de nuevo. Ella consiguió vencer su timidez. Pero cuando él la vio se dio la vuelta. Aunque ella insistió en aprovechar su instante de valor... Y con un esfuerzo sobrehumano, para poder sacarse la voz, trató sin resultado, una vez más, que él la escuchara: “Quiero darte las gracias por lo del perro” le dijo sacando sus marcadores, que él ni vio, por estar ya alejándose de ella, como si una diminuta mariposa pudiera atacar a un enorme elefante gris. Él la ignoró. No la miró. Siguió adelante, como si nada hubiese visto ni oido. Era su costumbre, cuando estaba furioso. De nuevo, ella se dio la vuelta llorando y con su corazoncito destrozado por sus reiterados desencuentros. Ella que era lenta en su aprendizaje sobre él, no lo comprendió hasta él día siguiente -siempre creía entenderlo, aunque no le hablara, pero solo al siguiente, cuando ya parecía ser demasiado para él, probablemente, porque ya estaba harto de que jamás lo entendiera con solo mirarle a la cara, tal como parecía conseguir él. Pero él era él, y ella, era ella. No podían, ni tenían porqué actuar i pensar de la misma manera. Comprendió que no debía haber insistido, porque él quiso darle a entender que no era ese el momento adecuado. Así que, -por no entenderle, una vez más- seguramente, en vez de disminuir la frustración de su amado, se la incrementó.

Se pasó varios días llorando desconsoladamente, por su falta de tacto, y de compresión hacia los mensajes, los deseos, las necesidades de él...Luego tomó una decisión dolorosa, pero, que consideró un importante e ignorado acto de amor- de lejarse de él. QPara poder comprender mejor, olvidar lo que había pasado, y analizar lo sucedido con calma.

Un día ella quiso saber la opinión de otro hombre. Se lo contó a un buen amigo suyo, y este, para sorpresa de lo que ella esperaba -ya que a las pocas mujeres a las que les había pedido consejo antes, le habían dicho todo lo contrario- le contestó: “La clave de tu felicidad está en tus manos. Olvídate de volver a pensar "¿qué piensa él?" Tu nunca podrás saber lo que otra persona piensa a menos que esta te lo diga... Y hasta ahora él no te ha dicho nada de lo que tu quieres saber. No son más que son conjeturas tuyas y te estás haciendo mucho daño a ti misma. Busca la felicidad dentro de ti y no en él. No dejes de ser tú. Permite que vuelva a aflorar a tus labios tu hermosa sonrisa. Déjate llevar por el amor que sientes...Debes dejar de ser tan dura contigo misma y si llega el momento, ¡dejarte querer!... No seas tu peor enemigo, porque lo estás siendo. Cree en tu propio poder, como ese ser único y extraordinario que hay dentro de ti...entonces, y solo entonces, obtendrás el amor de quien tu quieras...¡Mira, te regalo bonito este corazón partido. Lo he hecho para ti! En él, en una aprte he grabado tu inicail, en la otra la suya. Conserva, de momento, ambas partes. Siéntete feliz contigo misma...no tengas prisa, ni te angusties por nada. Solo debes volver a confiar en tí misma. Solo así conseguirás darle a tu amado tu inical...y, si sigues creyendo firmemente en ti... la primera noche en la que estéis juntos podréis unir las dos partes de este corazón y formar uno solo”.

Colgó de su bolso aquel precioso corazoncito rojo, amarillo, verde y blanco. Se propuso creer lo que su amigo le había dicho, porque era lo que en aquel momento necesitaba escuchar de alguien, para recobrar su perdida autoestima.

A la mañana siguiente había desaparecido la sensación de ansiedad, que el miedo a ser rechazada, le había provocado hasta entonces. Se liberó de un gran peso, y dio un gran paso para volver a encontrarse a si misma. Se dejó invadir por la alegría y la esperanza...

Madrid 12/04/2009 1:17:00

Pero todo lo que se había propuesto,
le resultaba más fácil de pensar
que de conseguir,
porque había seguido pensando más en él
que en ella...

Así que, se decidó tomarse varios días de meditación,
y de voluntaria ausencia en cualquier parte donde pudiera encontrárse con él.

Durante ellos no lloró, cantó, cantó con Leonard Cohen el album "Live in London", bailó escuchando su maravillosa voz, memorizó "Danceme To The End of Love", pensó poco, durmió mucho, contempló el cielo, paseó, hizo turismo, vió cine, comtempló el paisaje, se impregnó de los olores primaverales, escuchó los sonidos de la naturaleza, se relajó caminando en la oscuridad bajo la lluvia -algo que siempre le había encantado- respiró hondo,... y por fin, llegó a estas dos conclusiones:
Nadie que no se sienta feliz consigo mismo puede hacer feliz a otra persona y comprendió que su mayor problema, era que "amaba tan profunda y tontamente,
que se había olvidado de seguir siendo ella misma.
".
¡Y eso no podía ser!

Así que otro día se dijo:

"¿Por qué aún no he conseguido regresar a mi positividad?"

Y pensó, intentando razonar:

"Si él me amase, me lo demostraría algún día ¿no?.
Y si no lo hiciera, es que no me ama,
o al menos,
no lo suficiente como poder para hacerme feliz...

¿Entonces de qué me preocupo?

Y si él no me amase como yo necesito...
O no quiere,
O no puede,
O no sabe...
¿Podría conseguir que lo hiciera angustiándome?
No
¿Conseguiría entregarle mi amor,
en caso de conseguir el suyo,
si estoy triste?
¡No, claro que no!".

Lo asumió.

Dejó de tener pesadillas despierta.

Trató de ser feliz,
ya bien saliera el sol,
nevara o lloviera,
y pasara lo que pasara.

Se propuso firmemente recobrar su espíritu perdido
-Algo que jamás había conseguido hacer por ella misma,
pero sí por amor-
y sabía que pronto lo conseguiría,
porque su pequeño cuerpo,
tenía férrea voluntad
para todo le que se propusiera.

Se regaló los dos marcadores.
Los guardó con ternura
en el libro que estaba leyendo.
Y dejó de preocuparse
por si sería "sí",
o si sería "no".

Actualizado: Madrid, 16/04/2009 11:42:19