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viernes, 6 de marzo de 2009
REFLEXIÓN: April y la montaña
Kate Winslet en April Wheeler, Revolutionary Road, después de regresar del bosque.
Lo que te prometí, Glo.
En un momento cumbre de la película “Revolutionary Road”, April sale corriendo de la casa hacia el bosque cercano. Leo cree que huye y la sigue. Ella le grita “¿Quieres dejarme sola? Tengo que pensar”.
John Gray, en "Los Hombres son de Marte y las Mujeres de Venus”, afirma que cuando los hombres necesitan resolver un problema, se meten en su cueva hasta que encuentran una respuesta coherente. Mientras que las mujeres hablamos de ello con las amigas para desahogarnos. Eso no es cierto para todas las mujeres. April es una de estas excepciones.
Yo creo que me parezco a April en este sentido. Por eso comprendo perfectamente su reacción, y el estado de ánimo en el que regresa a casa. Se encuentra calmada, y su mente está lúcida y despejada. Está preparada para llevar a cabo la decisión que ha tomado. Aunque, a mi parecer, es errónea.
Yo también recurro a la montaña para encontrar una solución a mis problemas, en vez de hablarlo con mis amigas.
Tengo la suerte de vivir a unos 15 minutos de uno de los puntos más altos de la ciudad de Madrid, el Cerro la Mica. Desde él, al frente, se divisan todas las cúpulas de la capital. Y a la izquierda, la Sierra del Guadarrama, en cuyas cumbres caen las primeras nieves y se derriten las últimas, de toda la Comunidad.
Me gusta subirme a divisar el paisaje desde allí. Por dos motivos principales. Cuando me encuentro bien de ánimo disfruto de las vistas. Pero cuando tengo algún problema emocional, al igual que le ocurre a April, subo para reflexionar, llorar, gritar, si lo necesito –dado que es lugar bastante solitario- y tratar de encontrarme a mi misma. Mirar las montañas me tranquiliza mucho. Yo siempre llevo alguna la montaña en mi retina. Nací mirando a Las Barrancas de Santalla, desde nuestra casa en Dehesas (León). Cuando nos trasladamos a Quereño, Orense, desde las galerías de nuestra casa se divisaban las montañas desde donde más tarde se extraería la pizarra de San Pedro de Trones. De vuelta a Ponferrada, mientras cocinábamos teníamos el Pico Pajariel (Montes Aquilanos), al frente. Desde entonces, durante las vacaciones, en la nueva casa de madre, mis tíos o mis primos, en Dehesas, siempre tenemos El Teleno a la vista. Así que no es de extrañar mi amor a la montaña. Cuando llegué a Madrid, el hecho de no poder verla, durante un período superior a una semana, se sumía en una depresión. Se sentí feliz cuando compré este piso de soltera por estas características principalmente: está a ras de tierra, es todo exterior rodeado de jardín, desde donde puedo escuchar el trino de los pájaros y el murmullo de los árboles; está a 15 minutos de caminata hasta de La Casa de Campo, y desde el Cerro la Mica podía subir a contemplar las montañas. Su tamaño no era de gran importancia. Cuando mis hijos eran pequeños, y hacía viento, subíamos los domingos al Cerro para volar sus cometas. Luego, cuando se asentaron los chabolistas durante años, tuvimos que abandonar esa costumbre. Pero ahora, al haber sido transformado en parque, es un lugar ideal para el asueto y la meditación. Desde arriba ves a la gente de tu barrio diminuta, se aleja el ruido incansable del tráfico, y te sientes por encima, y apartada, de las miserias humanas. Las montañas siempre están ahí perennes, inmóviles, y ocurra lo que ocurra en tu vida, son como una tabla de salvación a la que siempre puedes recurrir en momentos de flaqueza. Su permanencia en el tiempo me inspiran fortaleza de espíritu. Mahoma va al montaña a meditar. Jesús vence sus tentaciones en ella. Y creo que la fortaleza de espíritu – su inteligencia, sentido lógico de la vida acorde con la naturaleza, sabiduría, etc.- que tiene el Dalái Lama, y los demás monjes tibetanos, tiene mucho que ver con el hecho de habitar en el Tibet.
También disfruto del mar, de su brisa, del poder bañarme o dejarme mecer por sus solas. Pero el viento de la montaña y el del mar tienen un efecto muy distinto sobre mi estado de ánimo. El viento de la montaña despeja mi mente, se lleva mis malos pensamientos, me ayuda a pensar con lógica y cordura, y a tomar sabias decisiones. Mientras que el efecto que el viento del mar produce en mí es el contrario. Me llena de inquietud, inestabilidad emocional y no me deja pensar con raciocinio porque me produce zozobra. Creo que no soy yo la única que se siente afecta en este mismo sentido por el viento marítimo. Dicen que el de Levante produce muchos casos de suicio.
Creo que April debería haberse subido a un cerro como el de la Mica a meditar, en vez de sumergirse en un bosque, donde la espesura de los árboles no le dejó ver el horizonte.
Madrid, 06/03/2009 8:38:17
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