sábado, 16 de enero de 2010

CARTA de Cleopatra a Marco Antonio


Elizabeth Taylor y Richard Burton. Escena del film "Cleopatra" (Cleopatra)- dirigida por Joseph L. Mankiewicz










Mi Marco Antonio:

Mensajes me han llegado de que has partido de Roma hacia Atenas, con Octavia, esa viuda frígida y puritana, que antes, el Cesar y ahora tú, haces pasar por tu esposa, más yo se bien que en tu corazón jamás lo será ¡Qué los cielos me confundan!¡Que la peste más maligna caiga sobre ti si no la envías a Roma de vuelta y regresas de inmediato a mi!¡Que Egipto se hunda bajo el Nilo y todas las criaturas bienhechoras se transformen en serpientes si no puedo tenerte más!

¡Ojalá que el mensajero que me trajo la noticia de tus nupcias con Octavia me hubiera mentido, aun cuando mi amado Egipto hubiera de sumergirse y transformarse en una cisterna de serpientes escabrosas!

¡Oh! Marco Antonio, jamás reina alguna fue traicionada hasta tal punto en que tú me has traicionado a mi! Aunque vi desde el origen plantar esas traiciones que ahora me son claramente reveladas, tenía la esperanza de que vuestro amor fuese verdadero. Ahora, aún cuando hicieras juramento para conmover a los dioses en sus tronos ¿cómo podría volver a creerte, si dijeras que eres mío y sincero? ¿O es que acaso olvidas que fui testigo de vuestra cruel indiferencia cuando recibiste la noticia del fallecimiento de vuestra esposa Fulvia, que tanto luchó por hacerte volver a su lado?

Locura extravagante sería la mía si me dejara atrapar presa de tus juramentos de amor, que fueron hechos de labios afuera, juramentos que ya estabas violando al tiempo que los pronunciabas.

¡Oh, falsísimo amor! Ahora veo que tal como recibiste la noticia de la muerte de Fulvia, asi será, por ti, recibida la de la mía!

¡Y pensar que te alenté a que partieras para que, con honor, dieras sepultura a tu esposa! ¡Qué bien representaste tu escena de excelente disimulo, y qué bien creaste la ilusión del perfecto honor! Mentías cuando me juraste, por vuestra espada, que ibas a someterte a una prueba honrosa. Me pediste que te excusara y concediera una entera confianza a tu amor. “Mi preciosa Reina”, me llamaste...

¿Cómo llamas a Octavia? Esa puritana romana, no lasciva e insaciable lujuriosa egipcia, como yo, -según tú y Cesar, ahora ya, fraternal hermanos. Yo, como una tonta enamorada, te pedí que fueras sordo a mi locura de retenerte, y deseé, cándidamente, que todos los dioses te acompañaran.

Aunque yo ya sé, mi bravo Marco Antonio, que ya no soy “bocado de Rey”, como cuando Cesar estaba aquí y vivo. Sé que estoy negra por las amorosas erosiones de Febo, y profundamente arrugada por los años...Pero dicen las malas lenguas que yo no tengo nada que envidiar a tu Octavia, pues parece que es más bajita que yo; que su voz no es tan angelical como la mía, sino que es tan grave como la de uno de tus soldados; afirman que tiene un aire al andar, que más bien parece un cuerpo y no un alma, ya que camina arrastras... ¡Así que la supero también en majestuosidad!

Así, parece que has desposado a una estatua viuda de treinta años. ¡Eso sí! Tiene la cabellera negra como yo, pero me pregunto si será tan sedosa como la mía. ¡Pobrecita! Parece ser que tiene la frente tan baja que “no le cabe la menor duda”. ¡Ni que se la hubieran hecho de encargo! ¿Es cierto que su rostro es redondeado hasta la imperfección? Pues debes saber lo que decimos aquí, en Egipto, de esos rostros, pues... ¡que los que tienen semejante cara tan redonda son, en parte, imbéciles! ¿Es eso lo que le ocurre a tu “amada” Octavia?

Yo no puedo creer que la ames ¡Por Isis, que eso es imposible!

Porque tú, amado mío, no puedes haber olvidado así, tan fácilmente, nuestra primera noche, tras mi desembarco por el rio Cidno. Tu población entera salió a recibirme como a su reina, y te dejaron solo, en tu trono, en el Forum. Te portaste con tanta hombría conmigo, sobre todo después de la cena...¡Tenías la piel tan suave! ¿Es cierto que, tal como me dijeron las malas lenguas, te hiciste afeitar diez veces? Yo estoy segura de que ambos disfrutamos aún más de nosotros mismos que de los manjares que habíamos tomado.

¡Oh, como hecho de menos nuestros días dichosos! Como cuando salíamos a vagabundear por las calles, juntos, de noche, mezclándonos entre el pueblo. ¿Recuerdas lo felices que fuimos aquel día en que nos apostamos quien pescaría más y tú adquiriste un pescado salado? Me reí hasta hacerte perder la paciencia. Luego, por la noche, reí hasta calmártela. A la mañana siguiente, a la hora nona, te embriagué hasta meterte en la cama...entonces, te puse mis vestidos y mis abrigos, y yo me ceñí tu espada filipense...

¿Te acuerdas de cuánto disfrutamos ... y de lo felices que eramos? Entonces, la eternidad estaba en nuestros labios cuando se encontraban, en nuestras mutuas miradas... y la mayor de las dichas, en nuestros rostros cuando se inclinaban el uno hacia el otro...

¿Porqué tú, el mas grande soldado del mundo, te has convertido en el más gran embustero de los hombres?

¿No te das cuenta, querido mío, de que muero por tu usencia?

Me pregunto donde estás en este instante, si de pie o sentado, si paseas o vas a caballo...¡qué feliz debe ir tu corcel contigo a su grupa montado, pues orgulloso sabe que, sobre su lomo, lleva al semi-Atlas de esta tierra, brazo y borgoñota del genero humano...

¿Te preguntas alguna vez donde está tu “Serpiente del Viejo Nilo”?, como tu me llamabas.

Todos los días beso mil veces la perla de Oriente, que por Alejas, me hiciste llegar. Todavía espero que regreses y cumplas tu promesa de decorar con reinos mi trono, para que, como tu querías, todo el Oriente me aclame como a su Reina.

¡Vuelve a mí, esposo mío! ¡Haz regresar a Octavia a Roma! ... pues sin ti ni siquiera puedo conciliar el sueño, si no es a base de jugo de mandragora...¡Sé que si no estás conmigo para siempre, moriré! La vida sin ti, amado mío, ya no es vida, pues nada de ella me place.

Siempre tuya,

Cleopatra, Reina de Egipto.


Escrita en Madrid en 1998, y publicada en Madrid a 16 de enero de 2010, 21:00
Revisada el 21 de agosto de 2019.


NOTA ACLARATORIA:

Para la primera publicación, ayer, le cambié el registro, es decir, modifiqué el trato de "tu" por el de "vos", pero hoy he vuelto a dejarlo tal y como lo escribí originalmente. He pensado que era una gran equivocación, por mi parte, ya que Cleopatra, Reina de Egipto, nunca trataría de "vos" a un militar romano, por muy enamorada que estuviese de él. Creo que jamás se habría rebajado a tratarle en semejantes términos...y me he convencido, más aún de esto, después de volver a ver la escena -lo siento, está en inglés, pero se puede comprender- en que Cleopatra (E. Taylor) recibe a Marco Antonio, (R. Burton) erguída, llena de majestuosidad y orgullo, sentada muy por encima de él como símbolo de superioridad, en su trono de Egipto -a pesar de amarle muchísimo- y luego le obliga a arrodillarse ante ella delante de sus súbditos, mostrándose, a la vez, como una reina y como una mujer enamorada y humillada por él. ¡Conquistada sí, pero aún no vencida! ¿Estáis de acuerdo en esto?. (Por favor, ved del minuto 4 al 7 Cleopatra (1963) Part 17. Gracias.) (Actualización del 2019.8.21. Ahora no se puede ver esta película en YouTube, por derechos de autor. Pero me refiero a esta, por si la desean buscar en otra parte.)

ENLACES DE INTERÉS:

 "Antonio y Cleopatra" de William Shakespeare


VIDEO: Reina Cleopatra




VIDEO: "Cleopatra", canta Kate Bush




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2 comentarios:

Glo dijo...

¡que lirismo más lacerante¡ ¿quien es el guionista? Bravo Berta, es genial. Te has superado. gloria

Anónimo dijo...

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