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domingo, 3 de agosto de 2008

POEMA: Adiós a mi trenza

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adiós a mi trenza 

Muy temprano, 

Esta mañana, 

Con mano firme 

Y arma de acero 

Seccioné mi largo cabello trenzado. 

Ya no quiero 

Que se esparza cada noche 

Sobre mi almohada, 

Ni que gire sin cesar 

En mis noches de insomnio 

En torno a mi rostro, 

Ni que seque mis lágrimas. 

Ni quiero sentir 

Su olor a frescura 

Que tú tanto amabas. 

Ni que a mi paso 

Se roce con otros seres 

¿Podrían apreciar en él 

La belleza que tú le encontrabas? 

Ya no me sirve 

Para cubrirte con él 

Mientras te lleno de besos. 

Ya no se enredará más entre tus dedos 

Mientras me repetías. 

“¡Me encanta tu pelo! 

Niña, no te cortes el pelo. 

¡Qué bien huele! 

¡Tan negro! 

¡Qué suavidad tiene! 

¡Cómo me encanta!” 

 Ahora, trenzado, y sin vida, 

Yacerá para siempre, 

Como tú, mi amor, 

Encerrado en su caja, 

Mudo testigo de mi dolor, 

Símbolo de lo que de mí te llevaste, 

Para siempre, contigo. 

 

***ESCRITO en Madrid el 27 de agosto de 1994. Lo incluyo aquí por ser este el último poema que escribí antes de comenzar este blog.***

jueves, 17 de julio de 2008

REFLEXIONES: Dehesas revisitada.











Dehesas se extiende adormecida junto a la vereda del Sil aurífero y, abrazada por milenarias montañas bercianas, oculta su belleza exhuberante entre frondosas choperas.


Hacía cinco años que no iba a mi pueblo natal -Dehesas- , no porque no me guste, sino porque opté por no seguir haciéndome daño con algo que era irreparable.

Me alegro me haber superado y liberado de ese profundo sufrimiento, que me había durado tantos años, al ver a seres tan amados para mí -como mi madre y mi difunto esposo, entre otros- atrapados bajo la frialdad de una lápida. Mi madre falleció el 2 de febrero de 1987, y cuando aún no había superado el hecho de haber perdido su presencia física –que no espiritual- sobrevino el fallecimiento de Vicente, el 2 de julio de 1994. Todo el mundo dice que teniendo dos hijos todo es más llevadero...Para mí los seres que se han cruzado en mi vida, y han dejado su huella en ella , de alguna manera, permanecen adormilados en el recuerdo. Todos, en algún momento, me son necesarios. Ningún sentimiento es equiparable a otro, aunque sí superable, al igual que todos los seres humanos somos diferentes y únicos.

En este viaje he tenido hermosas experiencias que creo que provienen de una nueva visión personal del mundo que me rodea.

He disfrutado de la belleza del cielo de Castilla después de una tormenta. Me paré a recorrer detenidamente, desde la ventanilla del autocar, las nubes blanquecinas hinchadas, y a ver más allá de sus mágicas figuras de ensoñación, sobre un cielo de azul profundo y brillante. ¡Me encanta el color del cielo español!

Caminé desde la casa de mis primos hacia la de Elena – la mejor amiga de mi madre- por el viejo camino – ahora asfaltado – que me llevó hasta las viejas escuelas – ahora sólo esqueléticas y esperando un nuevo destino. Sentí los olores provenientes de la espesura formada por las zarzamoras, los helechos y un gran entramado de matorral frondoso...- que me traían envueltos recuerdos de mi niñez. Me dejé arrullar por la suave brisa que agitaba los chopos -produciendo sonidos que siempre habían sido de inquietud y temor para mí- ahora me parecieron sólo lo que son – la música de la naturaleza que nos acompaña en nuestros paseos por el campo.

Me alegré de ver que Elena también – después de haber perdido a sus dos hijos y a su mejor amiga, mi madre- se ha recuperado. Ahora es sabia, calmada, ha vuelto a ser alegre, y sigue siendo la persona más generosa y comprensiva que he conocido. No me preguntó: ‘¿Porqué no has venido en tanto tiempo?’ Yo le agradecí su largo abrazo cálido y silencioso. Luego me dijo: ‘Déjame que me cambie, y si quieres vamos al cementerio’. Ella ha heredado el espíritu de esas mujeres que están firmemente asentadas en la tierra, que siempre están ahí cuando tú las necesitas...que sustituyen a las madres, a las esposas, a las hijas y a las amigas cuando ellas se van para siempre. Su olor me trajo a la memoria el regazo materno, donde nada me faltaba.

Presencié el grave deterioro al que mi tío Alonso, de 85 años, está siendo sometido por su Alzheimer y su Parkinson, y junto con él la terrible depresión de mi tierna y paciente tía Aurora – y la que comprensiblemente se le está acabando la paciencia. Me gustó ver como mi primo Leoncio recoge a su padre en su coche para llevarlo a recorrer el Bierzo cada mañana de domingo. Creo que es un detalle que demuestra su valor como hijo y como ser humano. Disfruté de las aventuras de mi tío, en su Centro de Día, detalladas con gracia por mi prima Choni, y de cómo un hombre que apenas pudo ir a la escuela, ahora ha encontrado el maravilloso estímulo del aprendizaje en los ejercicios sencillos de un bebé de guardería. ¡Ah...y no quiere volver a casa sin terminar sus tareas! ¿No es fantástico?

Dormímos – mi hijo y yo – en las antiguas camas heredadas por mi madre, en la parte más alta de la casa de mis primos, desde donde se divisan mejor las perennes montañas del Bierzo...a las que llevo grabadas en mi retina, vaya donde vaya...

Recorrimos el Barrio de Abajo, encontrando a las antiguas amigas de mi madre, repitiéndome la eterna cantinela: ‘¡Ay, eres Isabelita...cuanto tiempo! ¡Estás como siempre!

Las novedades incluyeron: quien había muerto en estos años, pocas bodas de gente que ya no conozco, el cambio de la Cruz donde se junta el Concejo, y el enfado de Elena porque trasladaron la fiesta de San Pedro y este año no se celebró – como siempre- en el Campo sino cerca de la discoteca, porque según ella: ‘¡Ya no hay respeto a nada..el dinero manda, querida!¡ Pero a mí no me la dan!...Mira, aún así..¡varias personas vinieron a comer mi rosca!’ Y , hay que reconocer los poderes misteriosos de su rosca – una vez que la pruebas ya estás enganchada a ella...¡para siempre!

Dehesas en un hermoso pueblo para nacer, vivir y dormir el sueño eterno. No me extrañó cuando la primera vez que Vicente llegó él me dijera: ‘Berta-Isabel, por favor, cuando me muera tráeme aquí. Me gustaría estar aquí para siempre. Esto es tan hermoso, tranquilo..¡y todo huele tan bien!’ Espero que esté feliz por eso...Ahora – dejada atrás la impotencia y la desesperación, quiero emprender un nuevo sendero. Me siento bien de que mi pueblo acoja y conserve la memoria de mis seres queridos.

Madrid, 17 de julio de 2008

domingo, 27 de abril de 2008

RELATO: La brisa















Miró por la ventana enrejada.

¡Qué maravilloso estaba el trozo de jardín, que se divisaba en la franja que iba de un extremo a otro de la ferruginosa celosía!

El césped se extendía como una brillante alfombra verdosa, donde los pies de los que entraban y salían, iban dejando una huella, que solía desaparecer a los pocos segundos. La naturaleza se apresuraba a borrar todo rastro de humanidad sobre él...¡también podrían, mejor, encaminarse por el sendero empedrado! Pero algunos se empeñaban en irrumpir la solitaria quietud que solía reinar bajo el gran sauce llorón.

En aquel instante el gran árbol se dejaba mecer suavemente, soltando al viento sus colgantes mechones, los iba entrelazando unas veces y desenmarañando otras, de un lado a otro, una y otra vez. A él le atraía aquel vaivén. Podía pasarse horas con la mirada fija, como embrujado por aquel movimiento cinestésico. Nunca podría aprendérselo de memoria. Unas veces furioso, otras lento... a veces inclinado el árbol hacia un lado otras hacia el otro... unas veces agachándolo otras elevándolo... pero siempre imprevisible.

A él le hubiera gustado saber más, ir más lejos con la vista, pero no alcanzaba.

Pestañeó, carraspeó, pero no estaba seguro de si su carraspeo había sido perceptible, tragó saliva, notó sequedad en sus labios...¡agua, necesitaba agua! Había un surtidor justo detrás a la derecha, junto a la pared, recordaba... necesitaba volverse... quería que su piernas obedecieran sus órdenes... lo intentó, una y otra vez... pero todo fue en vano...

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿tenía aún el tiempo sentido?

Los verdes se fueron tornando cada vez más oscuros, lenta, pero irremediablemente, hasta que los colores se volvieron opacos, y luego llegaron las sombras, el cese del ir y venir, el viento se cansó de fustigar. El sauce dejaba caer sus melenas lánguidamente y empezó a moverse con pereza.

La luz de la luna entró a iluminar la estancia.

Debía de haberse quedado adormilado. Ahora sus manos se veían resaltadas por la luminosidad que les caía de fuera. Las había visto, un día tras otro tornarse cenicientas y como sarmientos, ¡extraño el un hombre de 35 años! De nuevo la terrible sed...el intento de acercarse a la fuente... Se abrió la puerta... El dulce y amable rostro de la joven de blanco se inclinó hacia él. Sus hermosos cabellos rubios casi se posaron sobre su hombro. Luego le miró de frente, adivinando su sonrisa. Sabía que le estaba diciendo algo ¿pero qué? Notó el roce suave, como de un pañuelo, limpiando con esmero sus párpados y sus lagrimales...umm! ella siempre le olía a trigo recién cortado -¿cómo sería el tacto de sus cabellos?...de seda, seguro- pensó él. Notó que ella comprobaba si aquel líquido transparente que bajaba sin cesar, invadiendo su cuerpo, estaba en su sitio.

Luego desapareció la visión del ventanal. Vió la fuente al fondo. Todo giró. Ella lentamente lo sujetó por debajo de los hombros. Lo arrastró hacia arriba. Lo despegó, y lo lanzó con cuidado pero con fuerza y energía hacia la superficie blanca, estirada, con olor a limpio, y lentamente extendió todo su joven cuerpo sobre ella. Ahora el techo era su horizonte. Lo cubrió con cálida blancura. Le inclinó la cabeza dejándolo un poco ladeado...ah! de nuevo su mirador. Siempre le producía una sensación de inseguridad perder su vista... Necesitaba saber que el sauce le acompañaba día y noche..y su interminable movimiento le mecía en sueños.

Ella se acercó a la cristalera, dejó caer el cierre hermético, y ...¡por fin! una nueva atmósfera invadió el cuarto enrarecido llenándose de oxigeno fresco. Cuando ella se apartó del frente, una suave brisa llegó hasta su rostro, acariciándolo y reconfortando todo su ser y su espíritu. Era el ritual esperado cada noche, la droga que no le podía faltar. Aquella brisa era lo único que daba sentido a su vida.

Ella volvió a acercarse a su rostro. Esta vez limpiando el contiguo flujo que solía salir de entre sus labios día y noche. Dejó con cuidado, bajo su mejilla derecha, una tela suave y cálida. Él sabía que lo estaba mirando de frente y diciéndole algo otra vez, porque notaba la calidez de su aliento...pero la oscuridad le impedía ahora vez su rostro. Cuando acabó de limpiar su boca, ella indudablemente se dirigió a la puerta. La abriría despacio, como si tuviera miedo de que él pudiera escucharla. Luego él adivinó que desaparecía, como cada noche, tras la puerta...

De nuevo regresó la suave brisa... acariciando su piel... Aquella era sólo suya...la tenía sólo para él toda la noche, ... y hasta temprano por la mañana.

Madrid, 27, abril, 2008