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martes, 29 de diciembre de 2009

CUENTO: Perfidia deberias llamarte



Cuento: ¡Perfidia, deberías llamarte!

Él se dedicaba, por su profesión de fotógrafo a recorrer el mundo. Ella a penas había salido de su pobre casa en una aldea perdida de Galicia. El destino había hecho que, por azares se conocieran. Él era un hombre de mundo. De esos feos maravillosos que roban los corazones, ya que te miran con cara de perritos abandonados, y no tienes por menos que, desde que los ves, amarlos. Ella era una jovencita ingenua, bonita, graciosa, pero, al fin y al cabo, una paletita. Aún así, él enloqueció por ella desde el primer instante en que le vió su sonrisa a flor de labios. Y su frase favorita, para ella, desde entonces fue:
- "¿Cuando me dejarás besarte?"...
-"Cuando vuelvas a nacer" solía ella darle por respuesta.

Otro día, él se empeñaba en querer rozar sus brillantes y largos cabellos azabache, mano que ella siempre esquibaba, no sin sentirse por ello alagada.

Un día tras otro, él, en vano, intentaba asir su preciosa mano, y otras tantas ella, aún con profundo pesar, rechazaba.

-"¡Perfidia, sí, Perfidia deberías llamarte!" Era su último y acostumbrado grito contra ella antes de despedirse.

Aquel juego que él se traía no sabía, ni imaginaba ... el dolor que a ella le causaba.

En uno de sus muchos viajes, fue a visitarla y le trajo un obsequio para su cumpleaños. Un LP titulado "Mi última canción" de Lucha Reyes, también le dijo que era llamada en su país, "La Morena de Oro del Perú", famosa cantante a quién había conocido en aquel viaje a Lima. Él le habló muy serio, leyendole, sin mirarla, los títulos de las canciones:
- "Esta es mi última canción. Quiero pedirte perdón porque tuya es mi vida. Tus ojazos negros me han perdido. Siento que no puedas ser, ni siquiera, mi amor de una noche, aunque en mis sueños soy tu amante. Lo que siento por ti es esclavitud ya que así lo quieres tu. Siempre te amaré, y el día que me muera allá estarás conmigo, porque ni la muerte hará que olvide la locura y la pasión que hoy y siempre sentiré por tí".

Cuando levantó la cara de la carátula, por las mejillas de ambos corrían las lágrimas ... Él le tendió el disco:
-"Si algún día bailas alguna de estas canciones, por favor, acuerdate de mí".

-"Sí, te prometo que lo haré. Gracias... Ahora vete y no te vuelvas a mirarme ... Tiene que ser así ... Tu ya lo sabes".

- "Esta bien... ¿cómo puedes ser tan dura conmigo? ¿ni siquiera un besito de despedida?" ...

- "Ni siquiera uno ... y ya de sobra sabes porqué no ..."


Ninguna de sus amigas podía entender que una jovencita de tan solo 16 años se hubiera aficionado de tal forma a escuchar a una cantante que en España en 1971, no era ni siquiera conocida ..¡ni que se supiera varias de sus canciones de memoria! ¡Y menos a alguien que era fan de los Beatles y de Serrat! Pero ella, al volver del Instituto todas las tardes ponía y volvía a poner aquel disco ... y en su casa nadie la entendía. Cuando bailaba, girando sin parar, al ritmo de aquellos valses y polkas unas veces lloraba y otras reía.

Lejos, al tiempo, en otra ciudad, un hombre de 36 años, solía poner el mismo disco todas las tardes al regresar a casa del trabajo donde le esperaban su amante esposa y sus dos niños ... Ella solía contemplarlo en silencio, viéndolo con aquella mirada perdida en el horizonte, observando nostálgicamente una lejanía incierta por la ventana, mientras una ráfaga de agudo dolor, sin fundamento, la estremecía produciéndole un profundo desasosiego.



Madrid a 29 de diciembre de 2009, 20:39


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miércoles, 28 de enero de 2009

REFLEXIÓN: el valor de la música















Desde hace dos días he vuelto a ponerme a escuchar mi música favorita.

No se porqué, pero durante años, me había negado a mi misma este fantástico placer de dejar que mi espíritu fuese invadido y arrastrado por estos sonidos que me resultan tan motivadores.

Durante mucho tiempo solamente he escuchado música para bailar, normalmente en casa. Porque el bailar es lo único que ha podido sacarme siempre de una depresión segura.

Ahora he decido escuchar música mientras estudio, cocino, limpio la casa o leo. Algo que siempre hacía años atrás, pero que olvidé hacer...por múltiples razones.

Estoy feliz de haberme dado cuenta de lo mucho que estos sonidos pueden ayudarme a levantar el ánimo.

¿Cómo he podido negarme un placer de dioses del que no todo el mundo, desgraciadamente, puede disfrutar? ¿Cuántas personas no darían lo que fuera por poder escuchar la música que yo me he perdido?

A veces me pregunto ¿porqué he tendido a negarme cosas que pueden hacerme sentir feliz? ¿Seré masoquista? ¿O habrá que encontrar el momento adecuado en nuestras vidas para cada cosa?

No se la respuesta a esta pregunta, pero ¡me alegro de volver a quererme así! Porque si no me quiero yo...¿Quién lo hará?

Aunque también puede ser que necesitara olvidar los recuerdos que la música traía a mi memoria. Bueno...pues ahora parece que TODO eso está archivado...¡Y ya era hora!

Madrid, 27/01/2009 23:48:49