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domingo, 1 de febrero de 2009

REFLEXIÓN: la incertidumbre del amor
















Imagen: “Principio de incertidumbre” de Luz González de la Torre

Este escrito me lo ha inspirado (y por lo tanto se lo dedico) D. Antonio R. de las Heras, Director del Instituto de Cultura y Tecnología, a raíz de las interesantes conclusiones que realizó sobre la exposición de la Tesis de Kori, el pasado viernes en la Universidad Carlos III de Madrid.


El profesor de las Heras mencionó, muy acertadamente, que hay un principio de “incertidumbre” que rige nuestras vidas, por lo tanto todas las relaciones humanas, y principalmente la del amor.


Yo publiqué hace unos días “Reflexión sobre el cerebro enamorado” que tiene relación con lo que voy a escribir ahora.


La doctora Brizendine (2006) habla del estado de drogadicción en el que se encuentra el cerebro cuando está enamorado. De tal forma que cuando el amante siente una retirada del objeto amado sufre un chock emocional semejante al síndrome de abstinencia o mono que padece un drogadicto ante la carencia de la misma. Es decir que la falta del ser amado contribuye a crear una incertidumbre, que conlleva una sensación de vértigo en la otra persona, además de: mariposas en el estómago, falta de apetito, dificultad de concentración y falta de sueño. Creo que esto podría ser principalmente lo que causa que las mujeres necesitemos, de forma muy constante, un reforzamiento de seguridad y de protección, por parte del ser amado. Cuando un hombre, al comienzo de una relación se mete en su “cueva” tal como dice John Gray en “Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus” lo que hace es estar contribuyendo a fomentar la incertidumbre en la mujer. Ella necesita reforzar su seguridad hablando del tema con sus amigas, aunque también hay mujeres que son muy reservadas y se lo tragan todo. Estas últimas son quizá las más vulnerables a no comprender lo que está pasando por la mente masculina, y se frustran más rápidamente, por falta de apoyo moral proveniente de otras personas.


Hay muchas relaciones, que inexplicablemente, han terminado, sin que los hombres entiendan el motivo ni se hayan dado cuenta del porqué, cuando ellos creían que les bastaba con saber que la mujer estaba enamorada de ellos, y no hicieron nada que reforzara ese amor dejándolo perder debido a que no sabían que las mujeres necesitamos ser reforzadas en nuestro amor por ellos.


Una amiga mía me contó el caso de un conocido suyo, al que llamaré X. Inexplicablemente para X, la mujer de la que estaba enamorado y que sabía que ella le correspondía, se enrolló con otro y se casó con él en menos de tres meses. X había sabido, por mi amiga, que una chica conocida de ambos, estaba enamorada de él. Cuando X se enteró creyó que ya lo tenía todo hecho. Se limitaba a seguirla y verla desde lejos, casi nunca cruzaba ninguna palabra con ella, la rehuía cuando ella trataba de hablar con él, y se limitaba a hacer los preparativos en su casa para un día darle una sorpresa cuando la invitara a ella y declararle su amor. X ignoraba por completo, que el cerebro femenino no funciona al igual que el de los hombres, que es más romántico, y que con solo ver a la mujer amada ya sienten reforzado su sentimiento amoroso. Desconocía totalmente que si a una mujer no se le ofrece confianza y se refuerza su amor con frecuencia, para que se sienta querida, el amor de la mujer se frustra rápidamente, sobre todo al principio, porque está sometida a un alto grado de incertidumbre. Muchas veces, por el efecto rebote que esta incertidumbre produce en la mujer, cuando aparece otro hombre en la vida de esa mujer que le refuerza este afecto que su amado no le está dando, se enganchan muy fácilmente al otro, porque le da justo lo que más necesita en ese momento, y le quita la sensación de vértigo que la está desequilibrando emocionalmente. Es decir que el segundo hombre que llega su vida, viene a ser una especie de sustituto o efecto placebo, semejante al efecto que causa la Metadona en los heroinómanos.


Madrid, 01/02/2009 17:58:41

domingo, 4 de enero de 2009

REFLEXIÓN: Sobre el cerebro enamorado














Basado en "Besos ciegos" de René Magritte



Hoy he releído el capítulo 3 de “El cerebro femenino” (The Female Braim) de Louann Brizendine (2006) porque me resulta de gran ayuda para comprender lo que me ocurre. Este libro me fascinó. Creo que las mujeres deberían leerlo para conocerse mejor, y los hombres también deberían tenerlo como libro de cabecera si desean conocer cómo somos, cómo nos comportamos y cómo reaccionamos las mujeres ante las circunstancias que nos van marcando, según las distintas etapas de nuestra vida.

Este capítulo, titulado “Amor y confianza” trata de por qué nos comportamos de una cierta forma cuando nos enamoramos. Es muy ilustrativo, ameno y explica la tarea que realiza nuestro cerebro en este caso, y de cómo parece que todo en el amor está ya predeterminado de antemano por la naturaleza para facilitarnos la procreación, la supervivencia y la trascendencia.

Todos conocemos la importancia de la “química” en las relaciones de pareja. Pero según esta doctora, nada es casual. Y somos más predecibles de lo que parece a primera vista. Parece ser que la simetría de las caras que nos seducen, de los cuerpos que nos subyugan, de los movimientos que nos atraen, etc. Está almacenado en nuestros circuitos cerebrales del amor. Según ella, esa “química” no tiene nada de accidental, puesto que nuestro cerebro ya lo tenía todo programado y nos conduce hacia parejas que puedan compensar nuestras deficiencias en la reproducción humana. (Mi pregunta al respecto es ¿ Entonces cómo se explica que nos sigamos enamorando cuando las mujeres ya no somos fértiles? ¿Para qué nos enamoramos cuando no queremos tener hijos? )

Una vez que se enciende la luz verde hacia la pareja potencial, y si se ajusta a nuestra ancestral lista de deseos, se produce en nosotros un aporte de sustancias químicas: las ondas de la atracción y deseo invaden nuestro cuerpo, debido al efecto de la producción de dopamina -que nos inunda de euforia y entusiasmo, y de testosterona –que despierta nuestro deseo sexual.

Dice que en los emparejamientos a corto plazo, las mujeres “seleccionan” y los hombres “cazan”. Según el psicólogo evolucionista David Buss nuestros instintos mentales no han cambiado en millones de años. Afirma que las mujeres tienen más interés en buscarse maridos que tenga recursos materiales y estatus social, que sean unos 10 cm más altos, y unos 3 años y medio mayores. Y que todo esto forma parte de la estrategia de la “inversión” en la crianza y protección de la prole. (Se me ocurre que las mujeres que podemos enamoramos de hombres mucho más altos o bajos, que no damos importancia a los recursos materiales de los hombres, y que no nos importa que sean más jóvenes que nosotras o mucho más mayores, somos unas raras.)

¿Qué buscan los hombres? Según Buss y otros, los hombres prefieren esposas físicamente atractivas, entre 20–40 años, y que sean 2 años y medio más jóvenes que ellos: que tengan piel clara, ojos luminosos, labios carnosos, cabello brillante y una figura parecida a la del reloj de arena, ya que todas estas características son sinónimo de fertilidad. Para estar seguros de su paternidad, los hombres quieren que las mujeres se emparejen solo con ellos y que tengan instintos maternales que les garanticen que su descendencia va a prosperar. Bueno que el hombre busque una mujer “fiel” parece común a todas las edades no solo para las mujeres en edad de procrear. (Por mi edad, y según los estudiosos, estoy completamente descartada de la mente de cualquier hombre. ¡Deprimente! ¿no?)

Parece ser que las mujeres realizamos un temprano y cuidadoso examen al posible nivel de compromiso de un hombre, por eso desarrollamos más nuestra astucia. Nuestro cerebro se adaptó a realizar esta tarea, y así hemos afinado nuestra capacidad para leer matices emotivos –por el tono de voz, la mirada y la expresión facial. Lo que nos hace ser más precavidas que el hombre. (Sí, es cierto. Es lo que nosotras llamamos el “sexto sentido”. Que parece ser que se agudiza con la menopausia, llegando a convertir a algunas mujeres en casi “adivinadoras”, por la gran sensibilidad emocional que poseen. De ahí surgieron en las distintas culturas las pitonisas, quirománticas, brujas, magas, etc.)

Sin embargo los hombres tienen más actividad cerebral en áreas de procesamiento visual. Es por eso que los hombres suelen enamorarse “a primera vista” con mayor facilidad que las mujeres. (Nosotras solemos decir que al hombre “le entramos por el ojo”. Supongo que esto ya lo sabían las prehistóricas que buscaron la forma de aparecer más atractivas ante los ojos del ser amado mediante afeites, perfumes, maquillajes, adornos, etc. ¡De ahí surgió el invento de la moda!)

Según Louann, en el instante en que nos enamoramos los canales cerebrales de la precaución y la crítica se cierran, para que no “veamos” con crítica los defectos de la persona amada. (Es decir que cuando afirmamos que “el amor es ciego” no estamos diciendo ninguna tontería.) porque la oxitocina y la dopamina que se producen en el enamoramiento dañan nuestra capacidad de juicio. De tal manera que cuanto más apasionada eres – (¡imagínate, para una Aries como yo...que se dice que somos el signo más fogoso del zodiaco!)- menos te importan los defectos de tu amante. Es decir que el cerebro enamorado se encuentra en la mayor fase de irracionalidad imaginable. El cerebro, ciego a las deficiencias de su amado, se sumerge en un estado de éxtasis involuntario que produce un amor enajenado. ¡El amor se alberga en los mismos circuitos cerebrales de la obsesión, las manías, la embriaguez, la sed y el hambre! Y aunque no es una emoción, influye intensificando o disminuyendo otras emociones. (Cuando te enamoras realmente te llegas a sentir enfermo físicamente: se te quita el apetito, a veces tienes náuseas, taquicardias, no puedes dormir, estás como en estado febril, y obsesionado por la imagen de la persona amada que te invade día y noche. Sientes como hambre o sed por su presencia, que solo se calma cuando puedes verla/lo u oirla o leerla, aunque solo sea durante un segundo). Esto se debe a una actividad de producción febril de hormonas y sustancias neuroquímicas –dopamina, estrógeno, oxitocina y testosterona- en nuestro cerebro. De tal forma que nos convertimos que auténticos drogadictos, semejantes a los efectos que produce la droga del “éxtasis”. Y vivimos “colocados” de forma natural, ya que el amor dispara el circuito cerebral de la recompensa. En este estado de enamoramiento - que suele durar de 6 a 8 meses (en emperajamientos sin periodos de separación)- (tal vez porque si se alargara más tiempo moriríamos de inanición, falta de sueño, dificultad para concentrarnos, etc.) el bienestar de la persona amada es más importante que el nuestro. En esta fase, memorizamos intensamente cualquier detalle (cualquier insignificancia proveniente de la persona amada nos puede levantar el ánimo o hundirnos en la mayor de las miserias), y si se produce una separación – retirada neuroquímica en el que cerebro se encuentra en un estado de abstinencia de su droga- se crea un estado de ansiedad o de “hambre” por la persona amada. (¡Ante la ausencia del ser amado surge la poesía!).

Mediante los besos, las caricias, las miradas, la interacción emocional positiva o el orgasmo se repone el vínculo amoroso restableciendo la confianza en el cerebro porque el aporte de oxitocina vuelve a suprimir la ansiedad y el escepticismo. (Cuando se tiene al amado entre los brazos no hay mucho tiempo para escribir, solo para disfrutar de su presencia ¿no crees?... Um, me gustaría tener una época tan intensa que no tuviera ni tiempo para escribir ¿Qué te parece? }:-)

Los flujos hormonales de dopamina en el cerebro descienden gradualmente al igual que el apremio de hambre-apetencia a medida que se van desarrollando los de adhesión y vinculación.

(Espero que mis niveles de oxitocina y dopamina se restablezcan a corto plazo, de lo contrario moriré de ansiedad o mi escepticismo se convertirá en una barrera insalvable...Oh, Dios, espero que él no se haya convertido ya en un escéptico irrecuperable...) }:-(

Madrid, 3 de enero de 2009